Los talcigüines, hombres disfrazados de diablos, protagonizaron este lunes en el pueblo salvadoreño de Texistepeque una vieja tradición de Semana Santa en la que participan cientos de personas y que consiste en limpiar los pecados a latigazos.

Una misa en la colonial iglesia de la ciudad marcó el inicio de la celebración que se realiza cada lunes santo y que se vive en las calles de esta ciudad, ubicada 83 km al noroeste de San Salvador.

Este lunes, previo a la misa, cada talcigüin se confesó con un sacerdote y una vez que recibió la comunión procedió a vestirse con túnica y capucha de color rojo.

En lengua Nahuat, talcigüin significa “hombre endiablado” y es representado por hombres que sólo deben cumplir con el requisito de ser buenos cristianos para participar en la tradición.

“La gente viene, ríe, sufre un poquito con uno que otro azote con los látigos con los que se quita pecados, pero es para que todos recordemos que Jesus murió para salvarnos”, aseguró a la AFP Juan Navas, uno de los talcigüines.

Agolpados en calles y aceras adyacentes al parque central de la localidad, cientos de espectadores esperaban el repique de las campanas de la iglesia, banderazo de salida para 35 talcigüines que, látigo en mano, se desplegaron por las calles.

El látigo, hecho de piel de res, caía indiscriminadamente sobre los espectadores suprimiendo pecados, a razón de uno por azote. Algunos gritaban de dolor, otros corrían y saltaban para evitar el castigo.

Mientras los talcigüines corrían de un lado a otro azotando a los espectadores, apareció de repente un hombre vestido con túnica morada y sosteniendo en su mano izquierda una pequeña cruz en representación del martirio y, en la derecha, una campana que representa el evangelio.

Ese hombre de túnica morada es Jesucristo, que este año fue interpretado por Walter Salguero, quien con su cruz y su campana enfrenta a los talcigüines, que van cayendo de uno a uno, postrados boca a bajo ante su presencia.

La tradición, que tiene su origen en tiempos de la colonia, desapareció en 1932, pero fue recuperada en 1935 por Urbano Sandoval, un ciudadano de Texistepeque que reimpulsó el festejo religioso.

La representación de los talcigüines terminó frente a la iglesia católica ubicada en el propio centro de Texistepeque, cuando cada talcigüin se arrojó al piso en la calle formando una fila y Jesús caminó sobre ellos sonando la campana al ritmo de sus pasos, simbolizando la victoria del bien sobre el mal.

“A parte de ser algo muy cultural, lo de los talcigüines nos enseña que nunca debemos olvidarnos de ser buenos cristianos, que el castigo es para los que cometemos el pecado y por eso esos azotes son bien recibidos”, afirmó a la AFP, María Martínez, de 25 años, quien llegó a Texistepeque desde la vecina ciudad de Santa Ana.

Pese a que muchos recibieron azotes, nadie puede demandar a los talcigüines, pues una ordenanza de la municipalidad los exime de toda culpa.