A estas alturas del partido, parece innecesario enumerar los méritos de Fernando González en el tenis. Logros generosamente recordados durante el período entre el anuncio de su retiro y el momento de la doble falta que marcó su último saque en el circuito profesional. Pero si había algo que no dimensionábamos del “Bombardero de La Reina” era el enorme cariño que le tienen autoridades y rivales.

No por nada le fue cedida la cancha central del torneo más importante después de los cuatro Gran Slam (muchas veces llamado el quinto “grande”), en horario estelar y con ceremonia posterior. A un jugador más allá del puesto 200, prácticamente inactivo y quien pidió una invitación, que se le otorgó inmediatamente, para poder retirarse en el torneo que más le gustaba. Eso, el gran respeto y agradecimiento del que gozaba González, el público nacional lo desconocía. Y fue un privilegio descubrirlo en toda su magnitud al momento del retiro del chileno.

¿Demasiado fresca en la memoria colectiva la larga lista de los premios “limón” de Marcelo Ríos en Roland Garros? Tal vez sí. Algo de eso hay. Pero más que la comparación con la apatía de Ríos, son méritos propios los que hicieron que González afectara de manera tan positiva a un circuito que se caracteriza por su frialdad, por el cálculo de números y por volverse cada vez más exigente, prestando casi nula atención a las necesidades de los tenistas.

Poco habitual son las atenciones de las que gozó Fernando durante la semana previa al torneo de Miami. Protagonista en el sorteo del cuadro, portada de la página oficial del ATP en tres oportunidades, nadando con delfines, recibiendo el último homenaje, requerido por todos los frentes. Los mejores del mundo, Djokovic, Nadal, Federer, Berdych, se dieron el tiempo, en una de las semanas más intensas del calendario, de sentarse a hablar del chileno y alabarlo. De no ahorrarse palabras en cuanto a como se le echará de menos. Y si a algunos de ellos se les ve por estos lados en la tan anunciada gira de despedida, las gracias de los fanáticos deben ir al carisma de González, un incomparable hasta con el que nos dio, por un par de semanas, el número uno del mundo.

No es el parangón tan dramático y opuesto lo que le regaló su status a Fernando en el circuito: fue su amabilidad y deferencia con los compañeros, jueces y comisarios, los que lo hicieron merecedor de tanta ceremonia. Del abrazo apretado con Carlos Bernardes el juez de silla que le cantó puntos buenos y malos tantos años. De los chilenos que se pagaron el pasaje y estadía para sentarse en orden y formar la palabra “gracias” con las letras de sus poleras en el último partido. Y Fernando respondiendo de la única manera posible: haciendo de su debut la despedida. Perder el partido no fue más que otro gesto educado hacia la organización, a la que hubiera puesto en un gran aprieto de requerir una segunda vez la cancha central, cuando todo estaba preparado para despedirlo en primera ronda.

Gonzalez es un grande del tenis, que se retiró cuando supo que no daba más, cuando se sintió tranquilo y con la tarea hecha. Por eso su despedida fue sencilla, simple. Y por la misma razón, porque no se siente preparado, no debemos los chilenos volver la vista hacia el que queda y forzarlo a seguir un ejemplo que no es el suyo. Nicolás Massú no está dispuesto, no se siente listo. Y quienes creen que debe colgar la raqueta no son los llamados a asegurar cuando lo debe hacer. Su tenis es de él, y lo dejará cuando él quiera.