Las personas de clase alta son más propensas a violar las leyes de tránsito, comer un caramelo destinado a otros, o mentir para enriquecerse aún más, según un estudio realizado en Estados Unidos y Canadá.

El estudio, publicado en la revista de la Academia Nacional de Ciencias (PNAS), fue realizado por investigadores de la Universidad de California en Berkeley y la Universidad de Toronto, en Canadá, que llevaron a cabo siete experimentos diferentes con un centenar de personas en cada prueba.

Uno de estos experimentos mostró que los propietarios de automóviles de mayores cilindradas y vehículos como Mercedes, BMW o el híbrido de Toyota, Prius, eran más propensos que otros a cometer una infracción en un cruce de caminos y permitían menos el paso de los peatones.

Otra prueba realizada con un juego de dados y una recompensa indicó que la gente de un estatus social más elevado tenía más tendencia a mentir sobre su puntuación.

“Incluso para gente para la que 50 dólares es una cantidad relativamente pequeña de dinero, las trampas eran tres veces más altas”, indicó el principal autor de la investigación Paul Piff, de la Universidad de Berkeley.

“Realmente muestra los extremos en que la riqueza y el rango más alto en la sociedad pueden dar forma a patrones de interés personal y falta de ética”, dijo Piff a la AFP.

Durante una entrevista de trabajo simulada, las personas de mayor estatus se mostraron menos reacias a mentirle a aquella que se suponía que debían reclutar al no decirle que la posición que le ofrecían se eliminaría rápidamente.

Y cuando se les dio un paquete de caramelos, diciéndoles que era para los niños que estaban en una habitación contigua pero podían servirse, las personas de clase más acomodada comieron más que los menos favorecidos.

La proporción de caramelos que tomaron, dos veces más que otras personas, sorprendió incluso a Piff, quien ha estudiado en el pasado el impacto de la moral de la gente rica en las donaciones de caridad, encontrando que tiende a donar menos que los pobres.

También, en este estudio en particular, los investigadores condicionaron a algunos de los sujetos a pensar primero más de ellos mismos como miembros de un rango social superior al compararse con otros que tenían menos.

El ejercicio mostró que la gente podría ser entrenada para pensar más de ellos mismos, y que actuarían a su vez con mayor avaricia y menor honradez y ética, demostrando que el estatuto condiciona la avaricia.

“La búsqueda del interés personal es una motivación más importante para la élite, y la codicia que aumenta con la riqueza y el estatus social puede llevar a algunos a portarse mal”, explicaron los autores del estudio.

El estudio teoriza que hay una serie de factores que “podrían dar lugar a una serie de normas compartidas culturalmente entre individuos de clases altas”.

Los investigadores destacaron que las clases altas son más independientes y por lo tanto, les preocupa menos lo que la gente diga.

Según Piff, la gente con más dinero tiende a valorar más positivamente la avaricia y confia menos en familia y conexión de amigos para apoyo en tiempos de necesidad, y este elevado estatus tiende a hacer que se desconecten de la sociedad.

Los más ricos son más propensos a la cultura del rendimiento, lo que puede volverlos “menos atentos a las consecuencias de sus acciones en los demás”, señalaron los investigadores.

Ciertamente hay excepciones, afirma el estudio, que señala a famosos miembros de altas clases que denunciaron escándalos como los de Worldcom o Enron y ricos filantrópicos como Bill Gates o Warren Buffett.

También apuntaron a previas investigaciones que vinculan la pobreza y la violencia y que contradicen la noción de que toda la gente pobre es más honesta que la rica, añadieron.