Esa madrugada Consuelo se despertó de improviso con el movimiento de tierra que sacudió a los penquistas, los que salieron de sus casas a medio vestir algunos con linternas y otros en pantuflas mientras intentaban sintonizar Radio Bío-Bío, pero sólo captaron una radio trasandina que hablaba de un terremoto en Chile. Desde un primer momento Consuelo supo que había pasado algo grave…o que aún estaba por venir. En el año 60′ le había tocado ser testigo del terremoto en Valdivia y sabía que por las características del sismo, no pasaría mucho sin que el mar se saliera. Aunque su preocupación era otra. Debido a una afección cardíaca, los médicos le recetaron Betalock Zok, medicamento que debía ingerir a riesgo de descompensarse seriamente y sólo tenía dosis suficiente para un día y medio.

Por eso apenas despuntó el día, su primera prioridad fue encontrar alguna farmacia abierta para comprar el medicamento. Pero no tuvo éxito, por lo que decidió ir a la Bío-Bío para pedir ayuda. Al llegar al edificio ubicado en pleno centro de Concepción y tras una larga caminata, se encontró con decenas de personas que entraban y salían, angustiados vecinos que entregaban nombres de familiares en rústicos papeles, algunos escritos incluso con lápiz labial, que querían saber de aquellos que estaban lejos, mientras otros sólo querían informar que estaban bien.

Su petición fue leída al aire entre el diálogo con distintas autoridades que llegaban para llamar a la calma en medio del desastre, en medio de rumores acerca de desconocidos que habían empezado a saquear en tiendas derruidas, como preludio de lo que acontecería poco después en centros comerciales. Pese al aviso, el preciado medicamento no llegó aunque gracias al llamado muchas personas comenzaron a llegar con fármacos, mientras otros seguían su ejemplo y acudían a pedirlos, especialmente aquellos con enfermedades crónicas. Poco a poco el escritorio destinado a los medicamentos no dio a basto y se debió hacer uso de la galería de los Gioco como improvisada farmacia, de la que tomó control un médico que llegó junto a su pequeña hija para ofrecer ayuda, al igual que un par de enfermeras, una psicóloga, y estudiantes de carreras relacionadas con el área de la salud.

Al día siguiente en la mañana, Consuelo partió rumbo a la radio para saber si había llegado el Betalock Zok, pero nuevamente obtuvo resultados negativos. Con una angustia evidente, solicitó encarecidamente si se podía pasar el aviso nuevamente. Como último recurso y ante la dificultad que le representaba ir nuevamente a pie hasta el centro de la ciudad, dejó las señas de su casa “la única con techo verde” por si alguien se compadecía en ir a dejar el encargo.

Había pasado por muchas farmacias para ver a gente saliendo de entre los escombros con pañales, leche y medicamentos, saqueando sin atisbo de vergüenza. En el hospital tampoco había stock del fármaco y su última esperanza estaba en que el médico aún tuviera muestras médicas en su consulta, si es que ésta aún estaba operativa. Desanimada, se volvió a su casa caminando, entre los escombros y las calles semivacías en las que de tanto en tanto circulaban vehículos cargados con distintas especies producto del saqueo, además de una persona en bicicleta y otros que simplemente caminaban, sin asimilar la tragedia que vivían.

Mientras, en otro extremo de la ciudad, una dueña de casa escuchó el llamado por la radio que reiteraba la urgencia de contar con el medicamento. Se acercó a la pieza que su fallecido padre ocupaba y tras hurgar entre los medicamentos que mantenía el anciano, encontró una caja de comprimidos aún sin vencer, por lo que decidió ir a la emisora junto a su hija de unos 8 años a entregarla. No sin ciertas dificultades por la gran cantidad de personas que acudían pidiendo información y ayuda, incluidas las autoridades de la zona que veían con espanto todo lo que pasaba sin que desde el Gobierno central se decidiera por sacar a los militares a la calle, la solidaria señora se acercó tímidamente hasta donde se recepcionaban los medicamentos, para hacer su donación que bien valía la vida de una persona…

El esposo se Consuelo estaba en el antejardín cuando vio a un joven acercarse por el pasaje del condominio. Le recibió con recelo, lo que no era para menos con lo que estaba ocurriendo y cuando el supermercado cercano a su casa no tenía ni siquiera las rejas perimetrales, pues las habían robado. “Hola, disculpe…vengo a dejar un medicamento para su señora”, dijo el joven. “Espéreme un momento” musitó, para luego gritar hacia el interior de la casa con emoción: “¡Consuelo! ¡Te vienen a dejar el medicamento!”. La mujer salió de la casa y sólo atinó a abrazar al improvisado mensajero…”Me has salvado la vida”, le dijo entre lágrimas mientras su esposo le estrechaba una y otra vez la mano, en un apretón que en palabras era un agradecimiento por aquellos que no olvidaron que seguíamos siendo penquistas y compatriotas en medio de una desgracia que sacó lo peor y lo mejor de cada uno de nosotros.

*En memoria de las víctimas mortales del 27/F y de los damnificados que viven en precarias casas de emergencia; de aquellos que pasamos sustos y penas esa fatídica madrugada, y de aquellos que, pese a todo, se dieron tiempo de ayudar al prójimo.