Cuando culmina el lujoso desfile de cada gran escuela de samba luego del recorrido triunfal de 720 metros por el sambódromo de Rio, comienza otro espectáculo, el de trabajadores en las sombras, como los basureros y obreros encargados de desarmar los carros alegóricos.

“¡Dejen pasar, dejen pasar!”, gritan cinco trabajadores de overol de la escuela Uniao da Ilha que trasladan a las corridas un pesado pedazo de carro que acaban de desmontar, y lo depositan en la calle, desde donde un camión lo remolcará.

Luego de Uniao da Ilha, la segunda escuela en desfilar en la noche del lunes, le toca el turno a Salgueiro y hay que remover rápidamente los carros para no causar un embotellamiento en el sambódromo.

Un retardo en el tiempo del desfile -cada escuela tiene derecho a un máximo de 82 minutos- puede hacer perder puntos a las escuelas que se disputan el título de “campeona del carnaval”.

Los obreros se afanan por retirar rápidamente todos los accesorios y material precioso como plumas y pedrerías que pueden ser reciclados para el carnaval de 2013.

Este sector, conocido como “dispersión” (donde terminan los desfiles), se opone al sector de “concentración”, donde se reúnen los entre 3.000 y 5.000 bailarines de cada escuela de samba antes de entrar a la pista bajo la atenta mirada de 72.500 espectadores.

En la dispersión, ningún glamour. La zona está mal iluminada y la coreografía de los obreros es frenética. El lujo de los carros antes de ser desmontados contrasta con el ambiente pobre. Los niños del barrio aprovechan para subirse a los carros y ensayar unos pasos de samba, como las vedettes, antes de que los echen de allí.

Los únicos bailarines que salen por este sector son los que bailan en los carros.

“Es maravilloso y divertido. El disfraz es pesado y caluroso pero finalmente la emoción es tal que no sentimos nada”, declaró a la AFP Gilberto Torres, actor de una telenovela brasileña que acaba de desfilar en lo alto de un carro plateado que homenajea a los guerreros celtas.

La mayoría de los bailarines abandonan el sambódromo por otra salida, que ofrece a su vez otro espectáculo: agotados, muchos tiran armazones y tocados incómodos que un batallón de basureros se apura a recoger y arrojar al camión de la basura. Meses de trabajo desaparecen en unos segundos.