Los obispos y expertos reunidos en el simposio de Roma esta semana reconocieron graves lagunas en la formación afectiva de los sacerdotes y preconizaron una rigurosa selección y una sólida “formación humana” para evitar que se repitan los abusos pedófilos.

Una auténtica “revolución copernicana” en la preparación al sacerdocio está en curso desde hace 10 años, estimó Jorge Carlos Patrón Wong, obispo coadjutor de Papantla (México), ante los 200 delegados reunidos durante cuatro días esta semana en la Universidad Gregoriana.

El único postulado que no se cuestiona es el del celibato: para los expertos católicos, no hay relación de causa a efecto entre la renuncia a una vida sexual activa y la frecuencia de los abusos sexuales.

Pero la sociedad civil duda. “Algunos responsabilizan al celibato de todas las malas conductas sexuales”, reconoció monseñor Luis Chito Tagle, arzobispo de Manila.

Lo más importante, según monseñor Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo, es que los sacerdotes sean formados para desarrollar “una visión muy positiva de la sexualidad, y no la vean como un peligro”.

Aunque queda camino por recorrer: “tengo la impresión de que muchos seminaristas todavía no son conscientes de su sexualidad. Eso es muy peligroso”, dice a la AFP.

Según la psiquiatra británica Sheila Hollins, un esquema frecuente antaño era el de niños abusados sexualmente e incapaces de entender su sexualidad que decidían optar por el celibato como sacerdotes. Nunca llegaban a la madurez sexual, se deprimían y a veces se convertían en abusadores a su turno.

Las bases de la formación en los seminarios se sentaron en el Concilio de Trento (1545-1563). Sin embargo, la revolución sexual de los años 1960 tocó también a los seminaristas y obispos que ya no viven cortados del mundo.

“La combinación terrible es la de una sexualidad marginal en un ambiente cultural permisivo”, según el experto estadounidense Stephen Rossetti, que ve en ella el motivo por el cual en Estados Unidos se han cometido tantos juicios con obispos en los años 1960 y 1970.

Un nuevo tipo de obispo emerge, más moderno pero dueño de su sexualidad, que renuncia a ejercer para consagrase a Dios, según los expertos. Juan Pablo II encarna este atractivo modelo: “sacerdote a la vez viril y tierno, bueno y exigente, muy paterno y fraterno”, notó monseñor Patrón Wong.

Fue el Papa polaco quien puso el acento en una sólida formación, y no sólo teológica, de los seminaristas.

Actualmente la selección empieza con una prueba draconiana: un “minucioso historial psicosexual con un experto calificado”, tal y como lo define monseñor Rossetti. Estas pruebas se generalizan poco a poco.

En una exposición muy argumentada, “selección, detección y formación”, monseñor Patrón Wong subrayó que las formaciones cortas de antaño en el seminario ya no tendrán lugar.

Los jóvenes tienen “un año de orientación vocacional” antes de ser admitidos al seminario para en general nueve años. Acabado el curso, demasiado teórico, deben ser formados en la construcción afectiva de su personalidad y efectuar pruebas en el exterior.

También hace falta, dice, que el seminario sea “una nueva familia”, formadora, y no una estructura fría.

Para evitar los recorridos solitarios y las dobles vidas, el obispo mexicano pone el acento en las obligaciones de los seminaristas: vida de grupo, amistades, espíritu de sacrificio y de reparto. La ira (incluida la relacionada con traumatismos del pasado) debe poder expresarse, como la alegría.

El obispo caracteriza así a los aspirantes con los que hay que tener cuidado: “aquellos que se muestran demasiado castos y serios, rígidos y fríos, aquellos que han solucionado sus problemas y piensan poder leerlo todo, oírlo todo, verlo todo…”.