Militó en la izquierda radical y enseñó literatura en una escuela alternativa antes de heredar centenares de millones de euros y plantearse un desafío: resucitar Leica, una marca culto de aparatos de foto, moribunda desde 2005.

Para Andreas Kaufmann, de 58 años, la compra del fabricante alemán por varias decenas de millones de euros se inició con “una decepción”.

“La empresa estaba en muy mal estado, e incluso sus directivos dudaban de la calidad de los productos”, explica quien es hoy presidente del consejo de vigilancia, en entrevista con la agencia AFP.

Seis años después, este hombre jovial y de rostro redondo, está a punto de ganar su apuesta. El lunes, Leica anunció ventas en alza del 31,8% a 115,6 millones de euros en los primeros seis meses del ejercicio iniciado a caballo entre 2011 y 2012.

Mejor aún, el fondo de inversiones Blackstone, uno de los mayores del mundo, acaba de invertir 160 millones de euros en el negocio, una buena señal.

Kaufmann dice haber tenido una infancia “frugal” en el sur de Alemania. Por ello, quiere que sus hijos vivan como él, “y no se pasen la vida gastando una fortuna”.

Fue profesor de letras durante 16 años en una escuela Steiner-Waldorf, sistema pedagógico alternativo de moda en los años 1970. También participó en la fundación de los Verdes alemanes en 1980.

“Era libre de hacer lo que quisiera”, ya que su familia se comprometió a no trabajar nunca en las empresas que adquiría.

La promesa se rompió cuando compró Leica. La marca tan querida por Robert Capa o Henri Cartier-Bresson no era más que la sombra de sí misma, hundida en deudas y víctima de un grave error estratégico: no haberse sumado a la fotografía digital.

Kaufmann “comenzó la restructuración de la empresa” tras haber comprado sus participacioones al grupo de lujo francés Hermès.

Su estrategia: sumarse completamente a la fotografía digital, aunque cultivando el mito que rodea a estos aparatos, entre los últimos en ser ensamblados en Europa, a 60 kms de Fráncfort. Aún a riesgo de incomodar al “núcleo duro de los aficionados”, aún adictos al sistema clásico del rollo fotográfico.

Reputada por sus objetivos fabricados a mano, Leica profundizó su pacto con el fabricante asiático Panasonic, que le proporcionó tecnología digital.

“No habría tenido sentido que nosotros mismos fabricáramos inicialmente estos aparatos de fotos”, asegura Kaufmann. Ello le permitió ganar nuevos clientes que no tenían los medios para comprar un aparato 100% Leica.

En efecto, los productos estrella de la marca, los reverenciados por los “leicamaníacos”, son muy caros.

El M9, versión digital de la primera cámara compacta que hizo la fama de Leica, convirtiendo en obsoletas desde 1924 las voluminosas cámaras fotográficas, cuesta en torno a los 5.000 euros.

Personalizarla con la mención “Leica AG – Made in Germany”, cuesta 280 euros más. Ediciones limitadas de marcas de lujo o de artistas elevan aún más los precios.

El grupo también lanzó una gama de aparatos reflex, una herejía para los puristas, en torno a los 20.000 euros.

A estos precios, “somos considerados como un producto de lujo en China”, “próxima etapa estratégica para Leica” donde tendrá como objetivo a clientes ricos.

Gracias a este nuevo mercado –y al mercado en los países árabes– Leica espera duplicar en 2016 su volumen de negocios anual, y elevarlo hasta unos 500 millones de euros.