Resulta de elevado interés para Chile el mantener una atención constante a las relaciones con Bolivia. Tradicionalmente, desde la perspectiva chilena estas se han desplazado entre la esperanza y frustración relacionada a las posibilidades de establecer relaciones políticas significativas mas allá del tema marítimo. Lamentablemente, esta situación tiende arrastrar un ciclo repetitivo de esperanza y frustración que concluye inexorablemente con alguna autoridad boliviana exigiendo de forma mas o menos inapropiada derechos que Chile no reconoce, redundando en un enfriamiento radical de la situación.

Sin embargo, pese a estos vaivenes políticos, permanece la realidad de una interdependencia compleja bastante avanzada. Son múltiples los lazos sociales, económicos, comerciales, culturales que existen entre ambas sociedades, y respecto a las cuales la costumbre ha consolidado una mirada prácticamente paralela, en que las frustraciones políticas no las alteran, al menos mayormente.

Hoy, sin embargo, nos encontramos en una situación un poco mas compleja. No solo el Presidente Morales ha ido un poco mas allá de lo acostumbrado en su agresividad verbal respecto a Chile, sino que se ha vuelto impredecible y con reacciones inesperadas en el afán de retener cuotas decrecientes de poder dentro de su país. Los recientes eventos con las Comunidades Indígenas y con la Confederación Obrera Boliviana demuestran que incluso ha perdido importantes cuotas de poder con aquellos que tradicionalmente eran considerados sus bases de soporte. No es raro que en un escenario así, el problema del Negocio de la Droga se haya expandido de forma peligrosa incluso para los estándares de una sociedad que ha sido una cultivadora ancestral de la Hoja de Coca. Incidentes como el de la captura y condena del General Sanabria, previo Zar antidrogas boliviano, se agravan cuando Bolivia suspende la cooperación con diferentes instancias de coordinación internacional anti narcóticos y el país ha incrementado sus zonas de cultivo hasta alcanzar el status de tercer productor mundial.

En un escenario así, el plan Frontera Norte que Chile espera implementar próximamente es de una prudencia obvia, pero requiere forzosamente la cooperación boliviana para maximizar su eficiencia, y es en este ámbito donde se ha de intentar mantener dentro de lo posible en la segunda categoría de relaciones, que podríamos llamar estructurales, tratando de mantenerlo fuera del ámbito de lo coyuntural y político. Obviamente esto es un desafío importante, pues no se puede hacer a cualquier precio. Una manera podría ser, quizás, el establecer redes de carácter transversal con diferentes entes de la sociedad boliviana, tanto políticos como sociales, y establecer con ellos las redes de cooperación en este ámbito técnico. Por el contrario, lo que se aprecia como importante, es evitar mezclar esta situación con ámbitos de naturaleza diferente. No contaminar este importante aspecto de la Seguridad con consideraciones alternativas que pueden contribuir a deformarlo y generar ámbitos de choque de naturaleza diferente.

Esta en el interés permanente tanto chileno como boliviano el cooperar para controlar el negocio de la droga y sus diferentes ramificaciones, y hacerlo de forma eficiente implica mantenerlo fuera de la retorica fácil y de la coyuntura. Hay demasiado en juego para ello.

Fernando Wilson L. es Licenciado en Historia de la Universidad Católica de Valparaíso. Magister en Ciencia Política, con mención en Relaciones Internacionales. Ha realizado diversos cursos de perfeccionamiento en ámbitos de Relaciones Internacionales, Seguridad y docencia efectuados en Chile, Estados Unidos y Europa.

Actualmente es Profesor de Jornada completa del Departamento de Historia de la Universidad Adolfo Ibañez.