Este martes a los 89 años de edad falleció Robert W. Galvin, el hombre que desde la gerencia y presidencia del Directorio, logró llevar a Motorola de un prometedor negocio familiar, a una corporación global líder en desarrollo electrónico.

Galvin, quien abadonó la universidad a los 18 años para unirse a la Galvin Manufacturing Corporation, fundada por su padre y su tío en 1928, pasó toda su vida ligado a la empresa, salvo un breve lapso durante el cual sirvió como soldado durante la II Guerra Mundial.

En aquel entonces, la firma se dedicaba principalmente a producir radios para vehículos y comunicadores para el Ejército de los Estados Unidos, sin embargo el verdadero cambio de dirección llegó cuando Robert Galvin sucedió a su padre en la presidencia de la empresa hacia 1956, cuando ya había cambiado su nombre a Motorola (una contracción de motor y Victrola).

Dueño de un espíritu incansable, Galvin exploraba continuamente nuevos mercados y formas de diversificar sus productos. Rápidamente, Motorola comenzó a incursionar desde la producción de televisores y aparatos telefónicos, hasta el diseño de misiles guiados, tecnologías de comunicación espacial y los recién desarrollados circuitos integrados.

De hecho, fue Motorola la primera empresa en desarrollar un teléfono móvil en 1973, una jugada que la llevaría a convertirse durante décadas en líder de la industria de la telefonía celular.

Pero las innovaciones de Galvin no sólo llegaron de la mano de la tecnología. Impresionado por la forma de trabajo japonesa, el otrora combatiente adoptó sus métodos de control de calidad, imponiendo en 1981 la meta de fabricar productos un 99.99966% libres de defectos, lo que requirió la capacitación de 15.000 empleados, pero que se vio recompensado con un amplio aumento en las ventas.

Durante las 3 décadas en que Robert Galvin estuvo a la cabeza de la firma, Motorola catapultó sus ventas de 290 a 10.800 millones de dólares, contratanto a cientos de trabajadores, abriendo plantas productivas y abordando nuevos mercados en todo el mundo, lo que le llevó a ser comparado con los líderes de otros gigantes corporativos como IBM o General Electric.

Sin embargo no todo fueron éxitos para Galvin. La empresa sufrió pérdidas por comenzar la producción de televisores a color en 1957, cuando la mayoría de las estaciones todavía seguían ofreciendo programas en blanco y negro.

Asimismo, se rindió demasiado pronto en la producción de computadoras con monitores de pantalla plana y, en su peor desastre, invirtieron millones de dólares en la fracasada red de telefonía satelital Iridium, que acabó por costarle el puesto de presidente a su propio hijo, Christopher Galvin.

Pero esto nunca fue detrimento para Robert Galvin, a quien le gustaba resaltar que era necesario tomar riesgos y abrir nuevos caminos. “La principal cualidad distintiva de un líder es que nos llevará a lugares donde jamás hemos ido”, afirmó durante un congreso de liderazgo, según recoge el NYT.