Perseguidos y acribillados: ésta fue, durante dos horas, la suerte de decenas de jóvenes noruegos muertos por disparos de un hombre de 32 años disfrazado de policía, que transformó la isla de Utoeya en un infierno, dejando un saldo de al menos 84 muertos.

Al producirse los primeros disparos hacia las cinco de la tarde, casi 600 personas, en su mayoría jóvenes, se encontraban en esta pequeña isla cercana a Oslo para participar en un campamento de verano de la juventud del Partido Laborista, la formación del primer ministro Jens Stoltenberg.

“De repente, escuchamos disparos detrás de una colina”, cuenta Khamshajiny Gunaratnam, que sobrevivió huyendo a nado de la isla. “Nos dijimos: pero bueno, ¿quién está cazando aquí? Sólo podía ser un cazador”, cuenta en su blog.

Vestido con un chaleco de la policía, el atacante, un rubio de 1,90m de altura, identificado por la prensa noruega como Anders Behring Breivik, atrajo primero a sus víctimas haciéndoles creer que quería protegerlas y darles informaciones importantes, según varios testigos.

“Vengan aquí, tengo informaciones importantes, vengan, no hay nada que temer”, dijo antes de abrir fuego, según Elise, una adolescente de 15 años interrogada por la agencia NTB.

Con anterioridad, una violenta explosión devastó edificios del gobierno en el centro de Oslo. Los jóvenes militantes laboristas estaban al tanto, puesto que acababan de asistir a una sesión de información sobre el ataque.

Escondida bajo una roca, la adolescente se echó al suelo a unos pasos del atacante, del que podía escuchar la respiración “acezante”. “La gente corría por todas partes, como locos. No paraba de disparar”, dijo.

La isla, sembrada de tiendas de campaña de colores, pasó súbitamente de ser “un paraíso” a ser “un infierno”, según el primer ministro noruego, Jens Stoltenberg, que la visita cada verano desde 1974.

Adrian Pracon, que recibió un disparo en el hombro izquierdo, contó desde el hospital a la cadena australiana ABC: “disparaba a la gente desde una distancia corta, y empezó a dispararnos a nosotros. Se puso a unos diez metros de mí, y disparó a la gente que estaba en el agua”.

“Tenía un fusil M16 (…) Cuando lo vi desde un lado gritando que nos iba a matar, parecía sacado de una película de nazis o algo así”, añadió el joven de 21 años.

“Empezó a dispararle a esa gente, así que me eché al suelo y fingí que estaba muerto. Se puso a unos dos metros de mí. Podía oírlo respirar. Sentía el calor del arma”.

“Comprobó cómo estaba cada uno, les pegaba una patada para ver si estaban vivos, o simplemente les disparaba”.

En un largo “post” publicado en su blog Khamshajiny –”Kamzy”– Gunaratnam cuenta los esfuerzos desesperados que hizo con sus compañeros para esconderse, esquivar al atacante, y huir de las balas corriendo entre las rocas y los arbustos.

“Corríamos y corríamos. Lo peor es cuando supe que quien disparaba estaba vestido de policía. ¿En quién debíamos confiar? Si llamamos a la policía, ¿será él quien venga en nuestra ayuda?”, escribía esta joven de 23 años.

“Pese a todo, llamamos a la policía. Pero demoraron muchísimo”, recuerda.

Sólo después de las siete de la tarde llegó en helicóptero un comando de la policía noruega, que capturó al sospechoso.

Kamzy y su amigo Matti lograron nadar a la orilla de enfrente, a más de 700 metros, pese a que el atacante seguía disparando a quienes huían. Un barco los rescató y los llevó a un lugar seguro.

“No consigo derramar una sola lágrima”, dice Kamzy. “No puedo creérmelo; hoy he estado a punto de morir”.