Sismos de una magnitud excepcional, como el que sacudió la costa este de Japón el pasado 11 de marzo, pueden sacudir en diferentes puntos del globo pese a que no se conozcan precedentes históricos, advierte un estudio japonés publicado este miércoles.

Hasta el 11 de marzo, sismos de una magnitud superior a 9,0 sólo se habían registrado en algunas regiones: Chile, Alaska, Kamtchatka y Sumatra.

Ningún indicio hacía prever que un terremoto de tal magnitud pudiera producirse en la fosa japonesa, salvo uno ocurrido en el año 869, pero mal documentado, según el estudio de sismólogos japoneses publicados en la revista científica Nature.

Cierto es que el noreste de Japón conoce numerosos sismos de una magnitud de 7,0, pero no se había registrado ninguno superior a 7,5 desde 1923 y no existen testimonios históricos sobre un sismo superior a 8,5 desde el siglo XVII.

El sismo que devastó la costa nordeste japonesa el 11 de marzo “recuerda la posibilidad de que temblores de magnitud 9,0 o más puedan producirse en otras fallas, incluso aunque no existan precedentes” conocidos, insistieron Shinzaburo Ozawa y otros investigadores de la Autoridad de Información Geoespacial japonesa.

Los expertos recomiendan que, ante la insuficiencia que representan simplemente los datos históricos, se debe “vigilar la acumulación de tensiones telúricas” con la ayuda de balizas GPS para prever mejor los riesgos sísmicos y las zonas más expuestas a uno de estos sismos con efecto devastador.

La sismología se beneficia desde los años 90 del desarrollo de las tecnologías espaciales que permiten medir por satélite la deformación de la superficie de las placas tectónicas y de las fosas.

Japón dispone desde 1994 de una red de balizas en tiempo real, bautizada como GeoNet. Durante los 15 últimos años, este sistema había mostrado una lenta acumulación de tensiones tectónicas cerca de Honshu, la principal isla del archipiélago nipón.

Según el estudio de los investigadores japoneses, los registros GPS sugieren que estos mega sismos podrían producirse con más frecuencia de lo que sugieren los modelos sísmicos clásicos.

Recientes estudios geológicos indican que tsunamis similares a los desencadenados por el sismo del 11 de marzo han sacudido las costas japonesas cada 800 o 1.000 años.

Sin embargo, según los cálculos del equipo de Ozawa, sólo se necesitarían entre 350 y 700 años para que se produjese una acumulación de tensión equivalente a la producida el 11 de marzo.