Desde hace ya un tiempo se venía escuchando acerca del Simce de Tecnología, rumores que se confirmaron con el discurso del 21 de mayo. La prueba se aplicará en noviembre, a una muestra de 10 mil estudiantes de 2º año medio.

La prueba en sí puede llegar a ser un buen instrumento en cuanto a su construcción (atractiva, confiable y quizás válida), pero su inserción en una cultura evaluativa de rankings y consecuencias reales, la transforma en un artefacto que se desvía de los propósitos de una evaluación nacional seria, cuyos resultados son además, altamente previsibles.

¿Su aporte? Dar una señal de que en Chile se valora la inclusión de las TIC en el proceso educativo formal, pero aún así, creemos que esto podría desarrollarse de mejores maneras.

La reciente inclusión de las pruebas de Educación Física e Inglés en la batería de evaluaciones que SIMCE realiza, se puede entender como un esfuerzo de las autoridades por ampliar y fortalecer la relevancia de distintas áreas curriculares, usando como mecanismo una evaluación cuyos resultados tienen altas consecuencias para las escuelas y son de gran visibilidad para la opinión pública.

De ahí la frase “lo que no se mide, no mejora”, pero a eso agreguemos algo obvio: “la sola medición no lo mejorará” e incluso más, la sola difusión puede tender a reproducir estigmatizaciones y encubrir logros que mediante una evaluación tipo SIMCE no son perceptibles.

El Mineduc está haciendo un flaco favor al sistema educativo al usar el Simce como señal de unos énfasis curriculares más “modernos”, ya que perjudica la seriedad y posicionamiento de la evaluación nacional, a la vez que radicaliza el estrechamiento curricular hacia aquellos conocimientos y habilidades posibles de evaluar mediante una prueba estandarizada de aplicación masiva.

Es innegable que en nuestro país ya tenemos una cultura evaluativa, la cual es valiosa en cuanto aporta transparencia y provee de información a nivel masivo, pero también es claro que tiene efectos no deseados como interpretaciones erróneas, comparaciones injustas y adiestramiento específico en los contenidos que se evalúan.

Desde el Mineduc, a través del programa Enlaces, se han hecho grandes esfuerzos para que el uso de las tecnologías permee no sólo la infraestructura, sino también la cultura escolar. Este programa, cuenta con información respecto a cobertura, usos y dificultades en el cumplimiento de sus objetivos.

Entonces, ¿será necesario un Simce de Tecnología para decir que los jóvenes exhiben distintos logros según su nivel socioeconómico? O que hay diferencias según dependencias administrativas, las cuales se reducen o incluso anulan si se controla por nivel socioeconómico; que aquellos estudiantes con profesores más motivados muestran mejores destrezas; que en general, en esta área los estudiantes se muestran más confiados y ávidos de aprender que sus docentes, etc.

Creemos que no. Los objetivos del SIMCE de Tecnología parecen más propios de una investigación académica que de un sistema de evaluación orientado al levantamiento de evidencia para el diseño de políticas públicas.

Mientras los profesores no sean preparados en sus universidades para trabajar con TIC en el aula, mientras no haya apoyo mediante modelamiento para los docentes en ejercicio, o mientras las TIC no se consideren como un soporte importante parar abordar el currículum nacional o incluso las competencias propias de los denominados aprendices del siglo XXI sean relevadas como objetivos de aprendizaje, creemos que carece de sentido tener un SIMCE de Tecnología.

Y esto sin siquiera entrar en el debate sobre los alcances que esta evaluación tiene y seguirá teniendo en nuestro país.

Gabriela Cares – Socióloga
Equipo de Política Educativa Educación 2020