“Fútbol. Dinámica de lo impensado”. Con esa frase, el periodista argentino Dante Panzieri supo resumir de gran forma el misterio que encandila al fanático de este deporte y que sirve para comenzar a explicar lo ocurrido ayer en el Nacional.

Decía el jueves que la Católica maduraba el nocaut, que necesitaba una buena mano para quedarse con la serie, pero que la U no se daba por muerta y apostó al impulso emocional que implicaba el exceso de confianza “cruzado” para revertir la final del Apertura.

Pero no tan sólo a lo pasional salió a jugar el once de Sampaoli, que entró con el cuchillo entre los dientes y fue a atorar a su rival, que para sorpresa de propios y extraños, nunca le encontró la vuelta al juego en sus minutos iniciales: Juan Eduardo Eluchans era superado por Eduardo Vargas, el trío Costa – Ormeño – Silva no podía contener las cargas de Universidad de Chile y le costaba a Meneses y Mirosevic armar juego en un cuadro que evidenciaba nerviosismo en el arranque del partido.

Por eso no extrañó el gol de Gustavo Canales desde los doce pasos, tras un torpe foul de Rodrigo Valenzuela sobre Vargas, ya que premiaba el vértigo que mostró Universidad de Chile en el inicio del cotejo (marca registrada en el ciclo de Sampaoli), como tampoco extrañó la imprecisión defensiva de Marco González para que lo empatase Pratto (volviendo a la analogía boxística del viernes, era “la mano” que necesitaba para acercarse al título), pero la devolución de gentilezas que significó el autogol de Eluchans, minó el ánimo de los franjeados y fue el comienzo del descontrol de Católica.

La expulsión de Costa por dos faltas evitables, significó la pérdida del eje de la UC, ya que aportaba corte a Ormeño y Silva, y a la vez, apoyaba la salida de Milosevic y Meneses, por lo que la U tenía en sus manos el elemento que podía inclinar la final a su favor y no perdió la chance de usarlo.

Con la ventaja numérica, los azules jugaron el segundo tiempo con la consigna de morir en su ley: cargando con todo sobre portería rival con Vargas y Puch por las bandas, apoyados por Rojas desde la zaga, Marino y Aránguiz en el centro y un enorme Gustavo Canales, que respondió al llamado de una “U” que ansiaba a un atacante que convirtiese en gol el enorme caudal ofensivo del cuadro laico.

Y el argentino fue el hombre justo en el momento preciso. Dos goles que fueron los mazazos definitivos para consolidar el notable tramo final de los de Sampaoli. Tantos que fueron el ring del despertador para Universidad Católica, que salió de su letargo y confusión para buscar el gol del título, pero se hundió en su desesperación con las expulsiones de Parot y Cerda como reflejo de aquello, y también los vergonzosos incidentes del final, con la lamentable reacción de Rodrigo Valenzuela.

El premio fue para aquel que supo jugar con la misma actitud los partidos claves, que entendió que las finales se ganan y no se juegan, que no bajó los brazos cuando la cuesta era más complicada y que, luego de tanto bregar, encontró la cima y, como dice su himno: “Ir más allá del horizonte”.