Cuatro desertores del ejército sirio, refugiados en la frontera turca, relataron la brutal represión ejercida por sus unidades contra los movimientos de protesta, pero también el miedo de los soldados, amenazados de muerte en caso de insurbordinación.

Tahal Al Lush no quiere esconderse. Presenta su libreta militar de conscripto, anuncia directamente su identidad.

Con la mirada ausente, relata la “limpieza” de Ar Rastan, una ciudad de 50.000 habitantes en la provincia de Homs, que lo empujó a desertar.

“Se nos dijo que allá había hombres armados. Pero cuando llegamos, vimos que eran simples civiles. Se nos pidió que disparáramos contra ellos”, declara el soldado.

“Cuando ingresábamos en las casas, ametrallábamos a todo el mundo en el interior: tanto a mayores como a pequeños (…) Hubo violaciones de mujeres frente a sus maridos y su hijos”, prosigue, y alude a la terrible cifra de 700 muertos, imposible de verificar, ya que los periodistas no pueden circular por Siria.

Mohamed Mirwan Jalef también era un soldado conscripto en una unidad estacionada en Idlib, cerca de la frontera turca. Está igualmente horrorizado por esta guerra contra una población civil inerme.

“Ante mis ojos, un soldado profesional sacó un cuchillo y se lo plantó en el cráneo a un civil, sin ninguna razón”, recuerda.

Luego, su unidad atravesó la localidad vecina de Saraqib, y los “chabiha” (milicianos) que hacían el mismo trayecto con los militares abrieron fuego contra la población.

“Cuando empezaron a disparar contra la gente, tiré mi fusil y me di a la fuga”, afirma el joven, según el cual esta matanza se produjo el 7 de junio y causó entre 20 y 25 muertos.

Su hermano, Ahmed Jalef, que integraba otra unidad, siguió el mismo camino tras haber asistido a la represión en Homs.

“Tras haber visto la forma en que mataba a la gente, comprendí que este régimen está dispuesto a asesinar a todo el mundo”, explica.

El desertor afirma haber pensado antes, con otros amigos, en desertar pero renunció por temor a represalias.

“Colocan a francotiradores en algunos puntos elevados, son policías en civil o milicianos del Hezbolá (grupo armado islamista libanés, apoyado por Siria e Irán), y cuando los soldados no disparan (contra los manifestantes), los matan”, asegura.

Walid El Kalef confirma los riesgos de la insurbordinación. “Antes que nosotros, seis personas quisieron huir. Nuestros comandantes los mataron”, afirma.

Con otros quince colegas de armas, este joven optó sin embargo por huir en lugar de ingresar, el pasado jueves, en la ciudad de Homs.

“Sabía que si entrábamos, tendríamos que matar a mucha gente” explica. “Cada uno de nosotros tomó caminos diferentes”.

Sobre el futuro del régimen del presidente Bashar El Asad, asegura: “Todos los soldados están al borde del ataque de nervios. O huirán, o cambiarán de campo” augura. “Y cada soldado acabará por volver a la casa de su familia, para ponerse a salvo”.