Considerada un elemento básico en la dieta occidental moderna, el azúcar ha sido sindicada durante las últimas décadas como la principal culpable de provocar caries dentales y aumentar los niveles de obesidad en la población, sobre todo la infantil.

Sin embargo, recientemente algunos investigadores han ido más allá, radicalizando sus posturas hasta afirmar sin mediastintas que el azúcar debería ser considerada una sustancia tóxica; un dulce veneno cuyos efectos acumulativos son capaces de provocar enfermedades tan letales como el cáncer.

Uno de sus principales detractores es el doctor Robert Lustig, un pediatra especialista en endocrinología -el estudio de las hormonas- cuya ponencia en la Universidad de California advirtiendo sobre las consecuencias del consumo de azúcar, o más específicamente de la sacarosa y del jarabe de maíz, ya se encumbra hacia el millón y medio de visitas en YouTube.

Para Lustig, el concepto tradicional de que el azúcar es dañina sólo por su gran aporte en calorías y los consabidos resultados que esto produce, resulta engañoso. En un artículo del New York Times, su teoría se explica en que si bien algunos alimentos pueden ser “isocalóricos” (es decir, tener la misma cantidad de calorías), no son “isometabólicos”, o sea, el cuerpo los absorbe de forma diferente.

Por ejemplo, las 100 calorías que aporta una papa o el pan (emintentemente glucosa), son muy distintas de 100 calorías entregadas en el azúcar, que se reparten a partes casi iguales entre glucosa y fructosa.

Esto es porque mientras la glucosa es absorbida por prácticamente todas las células del cuerpo, la fructosa del azúcar va a parar al hígado. Peor aún: si la fructosa del azúcar es tomada en forma líquida -como la de contenida en bebidas gasificadas o jugos de fruta- su efecto se acelera, exigiendo un trabajo mayor al hígado.

Y si se le exige al hígado procesar más fructosa de la que es capaz en un tiempo limitado, esta se convierte en grasa, cuya acumulación deriva en una cadena de problemas que comienzan con la insulino resistencia y la obesidad, para terminar convirtiéndose en problemas cardíacos, diabetes e incluso, cáncer.

De hecho, Lustig se ha convertido en un detractor tan fuerte del consumo de azúcar que no ha dudado en compararlas con el alcohol y los cigarrillos, tanto por su capacidad de adicción como por sus efectos. “Jarabe de maíz alto en fructosa, azúcar… no hay diferencia. El punto es que ambas son dañinas, igualmente dañinas e igualmente venenosas”, indicó durante una conferencia en San Francisco en diciembre pasado.

Pero, ¿cómo podemos saber cuánto es una cantidad “excesiva” de azúcar? Por desgracia, no hay un acuerdo en la comunidad médica respecto de ello. En 1986, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de Estados Unidos, determinó que una persona puede consumir hasta 18 kilos de azúcar por año o, a diario, 200 calorías de azúcar.

En términos prácticos, esto significa que si uno consume la cantidad de azúcar contenida en una lata y media de Coca Cola o 2 tazas de jugo de fruta, podemos sentirnos seguros.

El problema es que ya en 1986, el consumo anual promedio de azúcar de un estadounidense -y por similitud de dietas, de un chileno- era de 34 kilos, mientras que en 2000 se había elevado a 40 kilos al año.

Este aumento ha llevado a pensar a algunos científicos que puede estar estrechamente vinculado con el daño a la salud. Así, mientras en 1980 uno de cada 7 estadounidenses era obeso y se contaban 6 millones de diabéticos; en 2000 las cifras se dispararon, con 1 de 3 personas sufriendo obesidad y otros 14 millones sufriendo de diabetes.

Otros estudios y observaciones en poblaciones cuya dieta ha variado en los últimos años tienen indicaciones similares. Por ejemplo, hasta 1966, los casos de cáncer y diabetes entre los Inuit en Canadá -también conocidos como esquimales- eran prácticamente inexistentes. Después de 1980, a medida que su dieta fue asimilando los productos considerados modernos, estos empezaron a elevarse de forma notoria.

Craig Thompson, uno de los mayores investigadores en la materia, es tajante respecto de los efectos del azúcar: “Prácticamente he eliminado el azúcar refinada de mi dieta, y la consumo tan poco como me es posible pues he llegado al convencimiento de que está relacionada con mis posibilidades de contraer cáncer”, señala.

En tanto Lewis Cantley, director del Centro para el cáncer en la escuela Médica de Harvard es mucho más sucinto:

“Digámoslo de esta forma: el azúcar me asusta”, sentencia Cantley.