El siguiente es un relato con personajes ficticios en una situación real. Una recopilación de los testimonios y penurias que se viven día a día en los campamentos de las zonas más afectadas por el terremoto en la Región del Bío-Bío. Una historia cuyos protagonistas lejos de ser inventados, podrían ser cualquiera de los damnificados que aún permanecen en las aldeas de nuestras costas.

Matías es un niño de 6 años. Va en primero básico y asiste en forma entusiasta todos los días a una escuela en Talcahuano. Todas las mañanas muy temprano busca su uniforme y prepara sus cosas mientras su mamá, Patricia, le prepara el desayuno. Aún no deja la mamadera, pero en fin, a quién no le sucedió.

Sale muy abrigado por las mañanas. Se pone un cuello color lila que le regalaron unas niñas de cursos mayores y un gorro amarillo con el que destaca cuando camina por la calle mientras recorre la comuna puerto. Guantes, usa sólo en una mano, el otro se le perdió por ahí mientras jugaba.

Matías está de cumpleaños el 26 de febrero y todos los años lo celebra junto a sus amigos del barrio. Este año no fue diferente, pero en su mesa sólo se sentaron amigos nuevos.

En 2010 celebró su cumpleaños un viernes por la tarde. La gran mayoría de sus amigos lo fue a visitar y jugaron a la pelota hasta muy tarde porque no hacía frío. Sus tías le regalaron útiles escolares por dos razones; primero, le encanta pintar, y segundo, iba a entrar a la escuela, a Kinder, luego de haber hecho párvulo desde la sala cuna.

Matías estaba contento. Iba a ir al colegio y entraba el miércoles 3 de marzo… pero no se concretó el ansiado sueño.

Mientras Matías dormía en su casa ubicada en el sector llamado Caleta Tumbes, despertó de improviso, tenía ganas de ir al baño y como su mamá le había enseñado a ver la hora, prendió la luz de su velador y miró el reloj digital. Marcaba las tres de la mañana con 28 minutos. Y en la parte de abajo del reloj decía “27 / FEB / 2010”.

Corriendo, porque las ganas de “hacer pipí” como le llamaba en ese tiempo eran intensas, prendió todas las luces en su recorrido al baño, la de la pieza, la del pasillo y por último, la del baño. De pronto mientras estaba en el baño, sintió un ruido. Pensó que era un camión y, de pronto, todo comenzó a moverse.

Matías no sabía que hacer. Nunca había vivido ni siquiera un temblor, pero esto superó todo lo que había imaginado. El niño corrió hasta la pieza de su mamá y muy asustado se aferró a sus brazos, quien lo puso sobre la cama y lo cubrió con su cuerpo mientras la tierra descargaba su furia.

Cayeron los cuadros. El de los abuelos, el de la Última Cena que estaba tras la puerta de la cocina. La tele nueva se hizo pedazos y las sillas quedaron ahí, botadas por la fuerza del movimiento. Patricia, la mamá de Matías no sabía que hacer. No había luz y sólo se escuchaban caer las cosas mientras la tierra seguía ondulándose por las constantes réplicas.

Se vistieron rápidamente con lo que encontraron y como Patricia, una mujer de 25 años, sabía que si no se podía mantener en pie luego de un sismo había que correr a los cerros, tomó a su hijo, agarró un bolso y metió un poco de comida, sacó una frazada y con zapatillas de levantarse, caminó rápidamente hacia uno de los cerros de Tumbes.

Todo estaba oscuro. Era imposible ver cualquier cosa hasta que de pronto, comenzó a escuchar, junto a su hijo Matías y a otros vecinos que llegaron al cerro, el sonido de madera al quebrar. Y agua, mucha agua. Y así varias veces.

Amaneció y sólo entonces, lo que vieron fue impactante: gran parte de la caleta fue arrasada por el terremoto y también por el tsunami. Intentaron bajar hasta su casa, pero de aquella vivienda que heredaron de los abuelos maternos ya nada quedaba.

Durante días, casi dos semanas en realidad, Matías y su mamá debieron compartir una carpa con un vecino, hasta cuando un día llegó un camión que llevaba carpas donadas por China. Recién ahí pudieron, al menos, tener algo de privacidad y otro par de frazadas como abrigo.

Cuando estaba a punto de llegar el 27 de marzo de ese año, una asistente social pasó por su carpa y les dijo que podían optar a una mediagua, la que sería instalada en una de las quebradas que hay en los cerros de Tumbes. Un lugar húmedo por sus características, alcanzado por el sol a eso de las 10 de la mañana y ocultándose a eso de las 16:30 en invierno producto de los cerros. Pero no hubo reparos: la aceptaron.

Así pasó el primer año… Matías y su mamá Patricia, viven en una mediagua. A pesar de que tuvieron que empezar de cero otra vez pues perdieron absolutamente todo, no se echaron a morir y en abril, gracias al aporte de un colegio particular de la Armada, Matías por fin pudo entrar a clases, a Kinder, como él quería.

Matías se veía contento en su primer día de clases. Según contó entusiasmado, había gente muy importante ese día en el gimnasio del “colegio nuevo” como le llama él. Contó además que los marinos tocaron el himno nacional con una banda y que su Colegio se llamaba Arturo Prat y que quedaba, literalmente “en la punta del cerro”.

Con mucho esfuerzo, su mamá compró otra tele y de vez en cuando, en ella escuchaban decir al presidente de la República, Sebastián Piñera, que no iban a pasar otro invierno en una “aldea”, como le llama a ese lugar el Gobierno.

Sin embargo siguen ahí. Por mucho tiempo tuvieron que sacar agua para hacer la comida desde una vertiente y, hasta hoy, Matías tiene que salir de su casita para ir al baño. A él no le gusta salir porque dice que le da mucho frío. Obvio que es así. El lugar es húmedo y, cuando llueve, el agua corre como un río bajo su casa.

A pesar de todo el niño está aprendiendo a leer y es de los mejores de su curso. Eso sí, con frecuencia recuerda con temor la noche en que se levantó al baño y todo se movió fuerte, pero eso no le ha quitado su espíritu de niño. Sigue igual, juega con amigos nuevos, se divierte y va a la escuela.

Matías aún mantiene el sueño de regresar a una casa como la que tenía antes del terremoto. Mientras, su mamá Patricia nunca ha dejado de trabajar para volver a rehacer, en parte, la vida que llevaban antes del 27 de febrero del año del Bicentenario. Esperan que se cumplan los compromisos.

Y es así para muchos otros en el Bío-Bío. Miles en realidad que viven una realidad congelada en los distintos campamentos habilitados tras el terremoto. Quienes sólo desean ser escuchados en vez de quedarse a un lado. Igual que Matías y su mamá.

Oscar Valenzuela es periodista egresado de la Universidad Católica de la Santísima Concepción y actual editor de prensa durante fines de semana en Radio Bío-Bío de Concepción. Desde el día del terremoto, ha cubierto la situación en que se encuentran los pobladores de las zonas más afectadas como Arauco, Concepción, Talcahuano, Penco o Tomé.

Aldea Tumbes | Oscar Valenzuela

Aldea Tumbes | Oscar Valenzuela