Luce uniforme azul marino, gorra reglamentaria y una corbata y utiliza su silbato con soltura: Abú Selim tiene diez años y, como los colegios están cerrados desde hace casi tres meses, participa en la rebelión dirigiendo el tráfico en un cruce de Bengasi.

“Es más divertido que el colegio”, afirma el pequeño durante una pausa en su tarea de policía municipal.

En el mismo cruce del centro de Bengasi, bastión de la insurrección libia, dos hermanos de 14 y 15 años de edad forman parte, junto con él, del pequeño grupo de muchachos reclutados para ayudar a la policía, cuyos efectivos escasean.

En efecto, muchos policías se fueron a luchar a la zona de combate, distante unos 200 km de la ciudad, contra las fuerzas gubernamentales del dirigente Muamar Gadafi.

Todos los días, entre las 17H00 y las 21H00, esos niños ocupan sus puestos de policía, dirigiendo el tráfico con movimientos de brazos y silbatos, ante la mirada divertida y comprensiva de los conductores.

Regulación de la circulación, limpieza de las calles, preparación de raciones para los combatientes que están en el frente: los niños de Bengasi participan como pueden al esfuerzo de guerra.

En la “capital” rebelde, situada unos 1.000 km al este de Trípoli, las autoridades indican que los colegios no reabrirán sus puertas antes de la caída del régimen de Gadafi. Entre tanto, montones de niños tratan de ocuparse y de ser útiles en su ciudad, de 700.000 habitantes.

Batallones de niños y niñas fueron formados para limpiar las calles y recoger la basura. “Hacemos ese trabajo benévolamente porque tenemos mucho tiempo libre”, dice uno de esos pequeños.

Muchos muchachos se enrolaron en los combates después de una formación sumaria. Los que son demasiado jóvenes para luchar fueron enrolados en una cantina gigante que prepara la comida de los combatientes y de las familias desplazadas a raíz de los combates.

Otros dan una mano en el campamento de refugiados que alberga a emigrantes africanos y a libios evacuados de Misrata, la ciudad asediada por las fuerzas gubernamentales.

Pero pese a todas esas actividades, muchos jóvenes y niños empiezan a no saber qué hacer con su tiempo.

“Cuando me levanto por la mañana, me quedo en casa unas horas, luego salgo a ver a mis amigos en la calle, y después vuelvo”, dice un muchacho sentado en una esquina.

En los colegios se instalaron centros de ocio para ocupar a los jóvenes y ayudarlos a superar el traumatismo de la violencia que han vivido. En esos centros también se emplea a adolescentes voluntarios.

El colegio Al Majd, situado frente a una mezquita, recibe unos 500 niños por día.

En él, un grupo de niñas corea consignas de la rebelión, como “Libertad para Libia” o “Gadafi, fuera”. “Me encanta venir aquí porque puedo hacer de todo en un día, cantar, bailar, dibujar, jugar”, dice Aya Al Abar, de 10 años de edad.

Según Hana Al Gallal, principal responsable de la educación en Bengasi, los cursos se reanudarán cuando los programas escolares -y el país- hayan sido purgados de la propaganda de Gadafi.

Hasta entonces, Hanna estima que los mayores tienen mucho que aprender de los más jóvenes, que fueron punta de lanza de la revuelta tanto en Libia como en Túnez y en Egipto.

“Ellos van a enseñarnos la revolución. Son ellos los que salieron a la calle para exigir un futuro mejor”, afirma.