La contaminación radiactiva en la accidentada central nuclear japonesa de Fukushima reaviva los recuerdos del espanto en Hiroshima, blanco de una bomba atómica estadounidense el 6 de agosto de 1945.

“La radioactividad me aterroriza”, dice Sunao Tusobi, un octogenario “hibakusha”, término que designa a los sobrevivientes de las dos únicas bombas A arrojadas contra blancos humanos (la segunda cayó tres días después sobre Nagasaki).

La fuga de material radiactivo de Fukushima “nos ha despertado un fuerte pavor”, indica Sunao.

“La radiación daña los genes y el ADN. Esto es algo que ningún médico puede solucionar. No existe un remedio adecuado para la exposición a la radiación”, subraya el anciano.

En su oficina, ubicada cerca del Memorial por la Paz de Hiroshima, Sunao extrae una fotografía de su escritorio, realizada tres horas despúes de la explosión. En ella se aprecia a unos estudiantes, entre los que se encuentra él mismo, con la piel que se les despelleja debido a la radiactividad.

Para aliviar su dolor indescriptible, los soldados les embadurnadaron con aceite de cocina.

Las escenas apocalípticas muestran la pesadilla que generó la bomba que cayó del cielo.

Sunao apuntala sus gafas en las protuberancias de sus orejas dañadas. Su frente está blanqueada a causa de la radiación y su traje impecable cubre un cuerpo carcomido por el cáncer.

El drama que se está viviendo en la central nuclear de Fukushima, a 800 kilómetros de Hiroshima, volvió a encender las convicciones antinucleares de Sunao.

La central resultó dañada por un tsunami posterior al peor sismo de la historia de Japón y provocó radiaciones que afectaron a tres trabajadores y la evacuación de toda la población en 20 km a la redonda.

“La tecnología nuclear no puede coexistir con los seres humanos. “Necesitamos cambiar nuestro sistema de valores. La vida es más importante que la economía”, sostiene.

“El gobierno declaró varias veces que el nivel de radiación que se ha propagado de la planta de Fukushima no resulta peligroso. Pero para aquellos de nosotros que entendemos lo que significa sufrir la radiación, es muy arriesgado”, prosigue Sunoi.

“La gente debe saber que los efectos posteriores duran décadas y nosotros hemos aprendido a vivir con ello”, cuenta.

Otros hibakusha afirman lo mismo, como Hashizume Bun, autora de “El día en que cayó el sol”, quien tenía 14 años y se hallaba a menos de dos km del hipocentro de la explosión nuclear.

“Tengo problemas de salud desde entonces. Todavía tengo radiactividad en mi cuerpo”, explica Hashizume, que ha ofrecido numerosas conferencias en más de 70 países.

“Tuve tres hijos y ahora tengo cuatro nietos. Cada vez que uno de ellos está enfermo, tenemos miedo. Esto es lo que les espera a las víctimas de Fukushima”, subraya.

“Espero que el accidente de Fukushima genere un cambio mundial hacia la desnuclearización”, apunta la activista por la paz, mostrando su tristeza por el “resurgimiento” de la energía nuclear como una alternativa limpia al carbón.

En el Museo del Memorial por la Paz de Hiroshima, decenas de visitantes vagan por las distintas exposiciones. Algunas fotos y objetos -como uñas deformes perdidas en las calles- resultan difícil de mirar.

Una pantalla explica la contaminación de los alimentos, los peligros de la exposición a la radiación y cómo los elementos radiactivos se propagan en el aire, preguntas que se estarán haciendo actualmente los habitantes que viven cerca de Fukushima, al noreste de Japón.

Shoji Kihara, ingeniero de telecomunicaciones, es un hibakusha de segunda generación, ya que nació en 1949.

Su padre, su madre y su hermana, que estaba en gestación en el momento de la bomba de Hiroshima, han muerto.

Shoji se muestra furioso por las garantías del gobierno de que la situación en Fukushima no plantea un “inmediato” peligro para la salud humana.

“Las autoridades siguen diciendo que no habrá efectos inminentes, tales como lesiones en la piel o enfermedades mortales. Sin embargo, estos síntomas provienen de una continua exposición a la radiación,”, explica Kihara a la AFP.

“Pero sin duda, habrá consecuencias a medio y largo plazo”, agrega.

Hiroshima, que es una ciudad moderna y próspera actualmente, solamente dejó un edificio sin demoler desde la eclosión del arma nuclear: “La Cúpula de la Bomba Atómica”.

En el Cenotafio Memorial aparece una inscripción grabada en la piedra: “Descansad en paz, pues el error jamás se repetirá”.