El satélite Planck, lanzado en busca de las señales de la primera luz que surgió en el Universo tras el Big Bang, también recogió datos sobre los objetos más fríos del cielo, una mina de oro para los científicos cuyos resultados fueron presentados el lunes.

Lanzado el 14 de mayo de 2009 para analizar el resplandor fósil, huella ahora fría que el universo dejó de su juventud, el satélite Planck está “idealmente concebido” para detectar también otros objetos muy fríos, subrayó el martes ante la prensa Jan Tauber, científico de la Agencia Especial Europea (ESA).

Un catálogo de 15.000 fuentes compactas muy frías pudo ser establecido a partir del mapa del cielo realizado en continuo por Planck desde mediados de 2009, un verdadero “baúl de tesoros” para los astrónomos que van a poder dedicarse al estudio de esos objetos celestes, entre ellos 30 nuevas nebulosas de galaxias.

“Podremos hacer mucha ciencia con eso”, aseguró.

Para los científicos de la “colaboración Planck”, reunidos del 10 al 14 de enero en París, “es un gran día, aunque pueda ser difícil para nosotros transmitir la excitación que sentimos”, dijo.

Un total de 25 estudios científicos son publicados paralelamente en la revista científica Astronomy and Astrophysics.

A diferencia de otros instrumentos de observación que escrutan una estrecha región del cielo, Planck barrió ya varias veces la totalidad de la bóveda celeste y debe seguir haciéndolo durante un año más, lo que debe permitir establecer mapas completos.

“Es una máquina para todo el cielo, lo que nos da la posibilidad de hacer estadística”, dijo Tauber, recordando que el satélite Planck, fruto de cerca de 20 años de trabajo científico, está ante todo destinado a descubrir los secretos del origen y la formación de las grandes estructuras del universo.

Para comprender cómo se formaron la estrellas y las galaxias después del Big Bang, los astrónomos tratan de encontrar en la radiación fósil las huellas de los primeros gérmenes de materia que permitieron su creación.

Unos 380.000 años después del Big Bang, el universo, que era hasta entonces una hoguera tan opaca como el interior del sol, se enfrió suficientemente para que se formaran los primeros átomos de hidrógeno neutro: los primeros fotones (granos de luz) pudieron entonces escaparse, la luz surgió por primera vez en ese universo que se volvió transparente.

Emitida a una temperatura de aproximadamente 3.000 grados, esa primera luz fósil que baña todo el espacio es ahora un resplandor cosmológico ultrafrío (-270ºC) cuyas ínfimas fluctuaciones pueden informar sobre la infancia del universo. Invisible al ojo humano, se detecta en las longitudes de onda milimétrica.

Esos fotones fósiles que viajaron más de 13.000 millones de años antes de llegar a la Tierra pueden conservar la huella de su paso a través de las nebulosas o supernebulosas de galaxias que atravesaron, lo que ha permitido detectar la presencia de unas 30 nebulosas hasta ahora desconocidas.

Una nebulosa puede agrupar centenares, incluso miles de galaxias que contienen cada una miles de millones de estrellas.

Con el fin de levantar en 2013 una nueva cartografía precisa del único resplandor de fondo cosmológico, los astrónomos deben primer censar con precisión los otros resplandores de longitud de onda similar (objetos celestes fríos, polvos) que pueden ser confundidos con él.