Unas 400.000 personas venidas de toda la Argentina se reunieron este sábado en la localidad de Mercedes (700 km al norte de Buenos Aires) junto al altar del Gauchito Gil, en un culto pagano que cada año tiene más acogida y que preocupa a la Iglesia Católica.

El Gauchito Gil, santo pagano, desertor y ladrón de ganado, generoso con los pobres, según la leyenda, era en sus comienzos una creencia de las clases bajas afincadas en el noreste de Argentina, pero ahora llega a todo el país y seduce también a la clase media.

“Hay 450.000 personas”, dijo a la AFP el subcomisario de Mercedes, Juan Ramón Goldvi. “Mucho más que el año pasado. Lo vemos por el numero de autos y de carpas y también porque la gente llegó mucho antes, a partir del 24 de diciembre y no el 2 ó 3 de enero como los otros años”, añadió.

Cada 8 de enero, cuando se conmemora la ejecución en 1878 por la policía de Antonio Mamerto Jesús Gil, conocido como el Gauchito Gil y a quien se le atribuyen milagros, sus seguidores hacen una procesión hasta su tumba.

En 2004 fueron 60.000 fieles; en 2007, 120.000 y en 2010, 250.000, según estimaciones de varias fuentes.

Este año, por primera vez, la Iglesia Católica trató de regular el fenómeno erigiendo una cruz a 500 metros del altar y anunciando la construcción de una capilla en el lugar.

“Cada año es peor. No hay espacio de oración y es lo que, en el fondo, nos lleva a esta decisión,” dijo a la AFP el sacerdote de Mercedes, Luis María Adis. “Queremos, desde nuestro lugar, encauzar la religiosidad popular. No queremos hacer competencia a nadie”.

La ceremonia religiosa comenzó con la llegada de la gran procesión del Gauchito Gil, encabezada por cientos de hombres a caballo. Pero pese a los llamados lanzados con micrófonos, los sacerdotes no pudieron desviar a los devotos del Gauchito.

Sólo un puñado de jinetes, dos o tres camiones y unos pocos peregrinos a pie estaban dispuestos a apartarse de la caravana para escuchar el sermón.

A unos 500 metros de distancia, delante del altar, miles de personas se abrazaban a la imagen de su ídolo.

Alguien había puesto una gorra roja, color del mártir popular, en una gran cruz. A su alrededor, detrás de las vallas, los comerciantes mostraban sus productos al son de un chamamé, música popular de la provincia de Corrientes.

La policía silbaba para que la gente avanzara. Una mujer ataba una camiseta a las vallas. Más lejos, una pareja colgaba cintas rojas. A los pies del altar se apilaban botellas de vino tinto, cigarrillos encendidos, fotos familiares y mensajes personales.

La gente estaba conmovida hasta las lágrimas. “Es milagroso”, dijo Viviana, ama de casa de clase media que llegó desde Tigre, en el norte de Buenos Aires.

Algunos habían viajado durante tres días para pasar unos pocos minutos en privado con el Gauchito.

También había un joven casado y hombres tatuados, sin camisa, venidos de barrios pobres de Buenos Aires. “Mi historia me pertenece a mí”, dijo uno de ellos, negándose a dar detalles.

Gil es un gaucho, un hombre del campo. “Y como tal un símbolo que resume la argentinidad. Por eso trasciende lo regional y se convierte en un fenómeno nacional”, explica Alejandro Frigerio, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).

“El Gauchito Gil fue al principio sólo una cruz al borde de un camino, la Curuzu Gil o Cruz Gil”, dice Carlos Lacour, historiador de Mercedes en el jardín de su casa.

“Pero esa cruz era la que estaba mejor ubicada, en el lugar de mayor tránsito, muy cerca de Mercedes. Eso explica su popularidad”, agrega Lacour.