Volcán Merapi | Wikipedia

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El volcán indonesio Merapi dejó una víctima de renombre: el “abuelo Marijan”, su “guardián espiritual”, que murió bajo las cenizas tras una vida consagrada a calmar “la montaña de fuego”.

El cuerpo de Marijan fue retirado el miércoles en la mañana de entre los escombros de su casa, a cuatro kilómetros del cráter humeante. Estaba cubierto por un manto de cenizas grises que el volcán expulsó la víspera.

El anciano de rostro demacrado estaba de cuclillas, en una posición de rezo como si hubiese buscado, hasta el final, calmar la cólera del volcán, según relató la prensa local.

Junto a él, yacía el cuerpo de un periodista que había ido a rogarle que huyera, conforme a la orden de evacuación emitida la víspera por las autoridades.

Pero Marijan había declinado hacerlo. “Es mejor que me quede aquí y que rece”, respondió, según un socorrista que lo visitó antes de la erupción.

Marijan, apodado el abuelo, era una figura muy respetada en Java, isla impregnada de misticismo donde el Merapi es al mismo tiempo el volcán más sagrado y el más temido.

El viejo había sido nombrado personalmente por Hamengkubuwono IX, el precedente sultán de Yogyakarta, la gran ciudad al pie del volcán, para hacer respetar las tradiciones y costumbres vinculadas al Merapi.

El dirigía la ceremonia anual de Labuhan, durante la cual se hacen ofrendas al volcán para afirmar la alianza entre el palacio del sultán y el mundo de los espíritus que habitan en la montaña.

Las supersticiones son importantes entre los javaneses, en su mayoría musulmanes pero cuya fe representa un sincretismo que mezcla el islam con otras tradiciones como la animista, la budista o la hinduista.

Para anunciar una erupción, a menudo consideran más fiable estudiar cómo se levanta el sol o interceptar sueños que dar crédito a los científicos.

Y cuando el volcán de 2.914 metros comienza a rugir, los habitantes cocinan pasteles envueltos en una hoja de cocotero que suspenden en los dinteles de las puertas para que se calme.

En una precedente erupción, Marijan había subido aún más cerca del cráter para dos días de meditación, a pesar de los lahars (torrentes de barro) y las nubes ardientes.

“Considera que su mandato es cuidar la montaña. A menudo preguntaba: ‘¿De qué serviría un guardian que abandonase su puesto?’”, había explicado Damarjati Supajar, profesor de filosofía de Yogyakarta que estudió las relaciones entre los hombres y el Merapi.

Más de 10.000 habitantes viven en las faldas del volcán y comparten sus estados anímicos, que aceptan ya que este último les ofrece una tierra extremadamente fértil donde cultivan frutas y verduras.

“Para nosostros, Marijan era tan importante como el Merapi. Ahora que él ya no está, ¿quién va a cuidar del volcán? ¿Qué va a pasar si hay una nueva erupción?” se preguntaba Wanto, un campesino de 56 años, mientras miraba hacia la imponente montaña.