Los Zetas, señalados por la matanza de 72 migrantes latinoamericanos en México, es una poderosa banda cuyos tentáculos se extienden por varios países, creada por ex militares que en los años noventa se unieron al cartel del Golfo, con el que ahora libran una disputa a muerte.

“Los Zetas controlan varias rutas que les permiten moverse desde Guatemala hasta la frontera con Estados Unidos, atravesando el territorio mexicano a veces en complicidad con policías locales”, explica Raúl Benítez, investigador en temas de seguridad nacional de la Universidad Nacional Autónoma de México.

La banda fue conformada a partir de un grupo de cuarenta antiguos miembros de las fuerzas especiales del Ejército mexicano, a los que el entonces teniente Arturo Guzmán (alias Z-1, por su código militar) fue reclutando para conformar los anillos de seguridad del capo del cártel del Golfo, Osiel Cárdenas.

Guzmán desertó del Ejército en 1997 y convenció a varios de sus compañeros de trabajar para Cárdenas, quien les ofreció salarios anuales de 50.000 dólares, mucho más de lo que recibían como militares, según el testimonio de un ex miembro de la banda, mencionado en un informe judicial.

Cárdenas está actualmente detenido en Estados Unidos, adónde fue extraditado en 2007. Tras su captura los Zetas entraron a disputar el control del cartel del Golfo.

“Por su experiencia y formación militar, que les daba eficacia a sus operaciones, ganaron terreno hasta convertirse en rivales de sus antiguos jefes a quienes disputan rutas en Tamaulipas y Nuevo León”, estima Benítez.

Autoridades locales atribuyen a esa disputa más de 1.000 asesinatos ocurridos en esos estados este año. Junto al narcotráfico, los Zetas cuyos integrantes suelen vestir de negro y utilizan rangos de tipo militar para diferenciarse (“comandantes”, “veteranos”, “halcones” y “cobras”), se han extendido a otras actividades como el tráfico de combustible robado en México hacia Estados Unidos y el secuestro de migrantes.

“A los migrantes los secuestran para pedir rescate a sus familiares en Estados Unidos o, en los casos de los más pobres, para utilizarlos como ‘mulas’ para llevar cocaína” a Estados Unidos, señala Benítez.

Según un ecuatoriano de 18 años que sobrevivió a la masacre, en una hacienda cercana al poblado de San Fernando, a 180 km de la frontera con Texas, los hombres que mataron a los 72 emigrantes eran miembros de los Zetas.

El joven, que sobrevivió con una herida en el rostro, aseguró a las autoridades que los agresores les dispararon después de que los migrantes se negaron a aceptar una oferta para trabajar para esa organización a cambio de mil dólares quincenales. Las víctimas provenían además de El Salvador, Honduras y Brasil.

En julio, supuestas incursiones de grupos de los Zetas a granjas del sur de Estados Unidos fueron desmentidas por autoridades de Texas, donde a comienzos de este año se condenó a varias empresas por comprar crudo robado por este grupo en México.

En Guatemala, un tribunal inició el 29 de julio un juicio contra 14 presuntos integrantes de Los Zetas, en una audiencia rodeada de extremas medidas de seguridad incluyendo el uso de alta tecnología para proteger a los testigos. A comienzos de junio la policía de Nicaragua detuvo al este de Managua a tres presuntos integrantes de Los Zetas y les incautó un arsenal.

Ese mismo mes, el ministro del interior de Venezuela, Tareck El Aissami informó a la prensa de la detención de un colombiano, Luis Tello Candelo, a quien identificó como miembro de los Zetas.