Sus antepasados convivieron con los quechuas, pero las llamas y alpacas de Ilan Dvir nacieron todas en Israel, más precisamente en Mitzpé Ramon, en el desierto del Neguev (sur), donde él ha creado uno de los criaderos más grandes del mundo.

Llama chilena | José Manuel Podlech

Llama chilena | José Manuel Podlech

Las llamas pueden quedarse 48 horas sin comer y son capaces de transportar entre 30 y 50 kg. Es por ello que el ejército israelí las utiliza como animales de carga cuando opera en terreno escarpado, como fue el caso durante la segunda guerra del Líbano, en 2006.

Para Ilan Dvir, ex miembro de los comandos especiales del ejército israelí, la aventura comenzó luego de su servicio militar cuando, como muchos de sus jóvenes compatriotas, efectuó un largo viaje por América Latina en donde descubrió las llamas.

“En 1987 era joven, ingenuo y romántico. Me gustaba la naturaleza y quería ocuparme de animales, pero no por la carne”, cuenta este quincuagenario casado y padre de seis. En aquella época importó desde Chile un primer rebaño de 180 cabezas, al que se agregó durante el viaje en avión una cría bautizada “Sion”.

“Los veterinarios y los expertos apostaban en contra de mi proyecto. Pero gané: mis protegidos olvidaron la cordillera de los Andes y se aclimataron a la perfección”, asegura Ilan. “Allá, su esperanza de vida es de siete años, aquí no es raro que lleguen a los 20″, puntualiza.

Junto a “Coco”, su camélido preferido, el criador muestra los corrales de su propiedad, donde viven 300 alpacas y varias decenas de llamas a 1.000 metros de altura, no lejos de la quebrada de Makhtesh Ramon y de los vestigios de Avdat, ciudad nabatea de las rutas caravaneras de la antigüedad, a 200 km de Jersualén.

Sólo los aviones F-16 de la Fuerza Aérea israelí rompen el silencio del lugar.

“Las llamas fueron inventadas literalmente para ser amadas. Suaves, obedientes e inteligentes, no muerden ni golpean. Escupen únicamente cuando se sienten amenazadas y advierten que lo harán poniendo la cabeza y las orejas hacia atrás”, subraya Carmela, una empleada.

“En Mitzpé Ramon se explota principalmente su lana”, indica Ilan agarrando un animal por la cabeza para atarle las patas y esquilarlo. Cada uno produce entre 2 y 3 kg por año, con 22 variaciones de tintes naturales que van del gris al blanco pasando por el ocre y el negro.

Muy ligera, esta lana no pica y puede llevarse sobre la piel. Es además muy caliente ya que sus fibras tienen un efecto aislante.

“Fabricamos unos 250 kg de lana por año”, precisa Allon Isajarov, director y único empleado del telar, que se aboca delicadamente a transformar los vellones en pelotas de lana con la ayuda de máquinas especiales.

La producción se vende en parte en el lugar a los visitantes, a unos 150 euros el kilo. “Pero los encargos vienen también del extranjero, ya que la calidad de nuestra lana, totalmente natural y fabricada con métodos artesanales, es excepcional”, dice Isajarov.

Alrededor de 1,5 millones de turistas han visitado la granja dede su creación, aportándole otra fuente de ingresos.