La tierra tiembla, ruge, escupe fuego, humo y cenizas, pero centenares de intrépidos turistas, sordos a las advertencias de la naturaleza y las autoridades, atraídos por ese espectáculo único, siguen avanzando hacia el volcán Fimmvorduhals, en el sur de Islandia, que entró en erupción repentinamente el 21 de marzo.

“Lo más fascinante era el ruido, el rugido”, cuenta la joven Aslaug Gudrunardottir, que vino al volcán en motonieve y se acercó a muy pocos metros de la lava ardiente.

“Era como si estuviera encima de un monstruo mítico enterrado en el suelo. Es un ruido que no se puede imaginar, hay que escucharlo”, dice la joven turista.

El pequeño volcán Fimmvorduhals, en medio del glaciar Eyjafjallajokull, unos 150 km al sudeste de Reykjavik, la capital islandesa, se despertó sin avisar el 21 de marzo, lo que obligó a evacuar a las 600 personas que vivían en los alrededores.

Desde ese día, miles de turistas afluyen al volcán, lo que provoca inéditos embotellamientos en esa zona poco poblada y llena de alegría al dueño del único hotel.

Los geólogos explicaron durante el fin de semana que la erupción parecía haber alcanzado su paroxismo y que su actividad podría disminuir bruscamente, lo que aceleró la afluencia de curiosos que desbordan a los servicios de la seguridad civil.

“La gente no comprende el peligro. No nos cansamos de decirlo durante todo el fin de semana. Es una erupción, es algo peligroso, aunque sea majestuoso y espléndido”, dice Bryndis Harardottir, del servicio de primeros auxilios Ice-Sar.

“La gente se acerca demasiado al cráter y se pone en peligro pues en cualquier momento puede haber una explosión. Se olvidan de que se trata de un volcán”, dice Harardottir a la AFP.

Algunos turistas se aventuraron en lugares sin pensar que la bajada de la lava podría haber bloqueado el camino de retorno, comenta.

Incluso sin erupción, la subida al volcán Fimmvorduhals, que culmina a 1.100 metros, no es un juego de niños, dice la socorrista, pues por el viento y el frío a veces la temperatura es de 30 grados bajo cero.

“La gente tiene que tener buena salud y estar bien equipada”, comenta.

El lunes pasado, la policía había desaconsejado subir a la cima de la montaña debido a los vientos violentos, pero “decenas de senderistas llegados en un autobús emprendieron la subida y no podemos impedírselo”, dice.

Varios turistas mal equipados para la aventura tuvieron que ser auxiliados en los últimos días, comenta.

Uno de ellos, casi en estado de hipotermia, estaba vestido con un simple pantalón vaquero y una campera”, señala Harardottir. Otros, con más experiencia, son más prudentes.

“Es mi cuarta erupción”, dice el cineasta Olafur Rognvaldsson, mientras contempla la cumbre roja y anaranjada del volcán. En 1984 había subido hasta la cima del volcán islandés Krafla, acercándose mucho al cráter.