Después de decenios consagrados a coleccionar objetos de arte primitivo, el suizo Jean-Paul Barbier-Mueller ha decidido crear una fundación destinada a estudiar las etnias en vías de desaparición y a recoger su memoria.

Pieza del museo Barbier-Mueller

“He dejado mi condición de coleccionista entusiasta de bellos objetos para convertirme en un hombre entusiasmado con las bellas leyendas y las bellas almas”, declara a la AFP Jean-Paul Barbier-Mueller, de 80 años de edad, en entrevista realizada en su departamento parisino.

La fundación será presentada a la prensa el miércoles por Barbier-Mueller en los locales del Museo del Quai Branly, que posee unos mil objetos donados o vendidos por el coleccionista.

Barbier-Mueller afirma que tiene “locura” por las colecciones. En su infancia coleccionó fósiles. Después, en la adolescencia, vinieron los libros antiguos. En 1952, conoció a la que sería su esposa, Monique Mueller, hija de un coleccionista suizo de pintura moderna y de arte primitivo, Josef Mueller.

El joven que era entonces se entusiasmó inmediatamente con los objetos de arte primitivo que en la casa de su suegro se codeaban con cuadros de Cézanne, Kandinsky o Léger. Desde entonces no ha cesado de agrandar la colección familiar, que cuenta ahora 7.000 piezas.

En 1977, creó el museo Barbier-Mueller de Ginebra, al que siguió en 1997 el de arte precolombino de Barcelona.

“Estamos demasiado focalizados en los objetos”, se reprocha hoy Barbier-Mueller. “Mi sentido de la estética me ha llevado a mirar solamente las bellas jóvenes”, dice, evocando las grandes etnias por las que se ha apasionado. “Pero, hay algunas que son quizá menos bellas, pero mucho más inteligentes, o que permanecen en la sombra y a las que hay que buscar para saber lo que tienen que decir antes de que mueran”, señala.

Por ello, con el apoyo de Juan Carlos Torres, director general de la firma suiza de relojes Vacheron Constantin, decidió crear esa fundación que “no es a la Indiana Jones”, es decir que “no vamos a buscar estatuillas de esmeraldas encondidas en una caverna”.

“Vamos a recoger la memoria, los mitos, los relatos ancestrales de pueblos muy pequeños que están siendo fagocitados por las grandes etnias” que “son más brillantes, producen máscaras y estatuas y de las que yo me he ocupado durante 33 años”, explica.

Barbier-Mueller censó 14 pequeñas etnias amenazadas en Africa, cuatro en India, tres o cuatro en Rusia, dos o tres en Asia. Pero hay también en China, en América Central, en Amazonia, recalca.

La fundación encargará a etnólogos dos investigaciones por año sobre esos pequeños pueblos amenazados. Habrá después publicaciones y conferencias sobre las mismas.

Los gan de Burkina Faso, que tienen ritos funerarios sumamente particulares, serán el tema de la primera investigación. La segunda estará consagrada a los wan animistas de Costa de Marfil. Seguirán estudios sobre las culturas de los Nenets, etnia nómada chamanista de Siberia, y de los batak kalasan de Sumatra.

“Tengo incluso un proyecto en un valle suizo del cantón de Appenzell, donde hay una tradición de danzas con máscaras al empezar el año para echar al diablo”, cuenta.