El escritor británico Terry Pratchett, enfermo de Alzheimer, propuso el establecimiento de tribunales que tengan el poder de autorizar a los allegados de enfermos incurables a ayudarles a poner fin a su vida.

Terry Pratchett

Terry Pratchett

“Si supiera que puedo morir en el momento que quiero, entonces de repente cada día sería tan valioso como un millón de libras. Si supiera que puedo morir, viviría. Mi vida, mi muerte, mi elección”, declaró Terry Pratchett en un discurso titulado “Darle la mano a la muerte”.

El popular escritor de fantasía y ciencia ficción, de 61 años, se ofrece para ser el primer caso de estos tribunales de eutanasia que según él deberían estar compuestos por un experto legal en asuntos familiares y un médico especializado en enfermedades prolongadas.

“No espero de ninguna manera que todos los médicos estén dispuestos a ayudar a alguien a morir… Pero me parece sensato que contemos con la profesión médica que desde hace siglos nos ayuda a vivir más tiempo y más saludables, para que nos ayude a morir en paz entre nuestros seres queridos y en nuestra propia casa sin una larga estancia en la sala de espera de Dios”, agrega el escrito en una intervención ante el Real Colegio de Médicos.

Un 75% de los británicos es favorable a una nueva ley que autorice el suicidio asistido, según un sondeo realizado por el instituto YouGov entre 2.053 personas y publicado en el Daily Telegraph.

El discurso del escritor se produce después de la absolución de Kay Gilderdale, una mujer que ayudó a su hija de 31 años aquejada de encefalomielitis a terminar con su vida.

La justicia británica aclaró en septiembre pasado la ley sobre el suicidio asistido al anunciar que las personas que ayudaban a morir probablemente no enfrentarán acciones judiciales si este gesto está motivado por la compasión o si el deseo del enfermo no deja lugar a dudas.

Pero la ley británica sobre el suicidio asistido, que acarrea penas de hasta 14 años de prisión, no fue ni abolida ni enmendada.

Las aclaraciones fueron la respuesta a una demanda entablada por Debbie Purdy, una británica aquejada de esclerosis múltiple que contempla la posibilidad de someterse a una eutanasia en Suiza y teme que su marido cubano pueda ser perseguido por la justicia si le acompaña.