El Teatro Municipal ofreció la noche del lunes, y la repetirá esta tarde, la monumental obra “Requiem de Guerra”, del compositor británico Benjamín Britten (‘Peter Grimes’), en el que ha sido uno de los conciertos más importantes del año.

La Orquesta Filarmónica, el Coro del Teatro Municipal y el Coro de Niños del Colegio Grange, junto a un destacado grupo de solistas, interpretaron en gran forma, el imponente “Réquiem de Guerra”, bajo la dirección de su titular, el británico Jan Latham-Koenig, con la participación de la soprano Patricia Cifuentes, y de los cantantes ingleses, el tenor Sam Boden y el barítono Gavin Carr.

La obra de Britten fue compuesta como un grito desesperado contra la guerra y sus inútiles matanzas. La obra, encargada para la reconsagración de la Catedral de Coventry, fue interpretada por primera vez el 30 de mayo de 1962 en el nuevo edificio construido junto a las ruinas de la catedral original, de casi mil años de antigüedad, destruida durante la II Guerra Mundial.

En esta ocasión, el concierto se ciñó a un libreto musical potente, emocional y de gran efectividad. La disposición de los instrumentistas, cantantes solistas e incluso la de los niños del coro, resaltaron la dureza de la guerra y el triste y dulce contraste de la oración a Dios.

La soprano Patricia Cifuentes tuvo momentos de sobrecogedora belleza e intensidad vocales y ambos cantantes europeos lucieron en sus roles, parlamentos de notoria expresividad. Los tres fueron parte muy importante del espectáculo..

La labor de Latham-Koening, un gran conocedor de la partitura, logró extraer lo mejor de sus dirigidos, en especial las exigencias para los bronces y los instrumentos de percusión. El Coro del Municipal, logró dar siempre el clima adecuado que exige esta obra de Britten y el Coro de una veintena de Niños del Colegio Grange, dirigidos por Claudia Trujillo y ubicados en el cuarto piso del teatro, impresionaron al público con sus emocionadas voces que semejaban ser emitidas desde el firmamento.

‘El Réquiem de Guerra’ jamás pretendió ser una exaltación a las glorias británicas ni a sus soldados sino que, muy por el contrario, fue un grito desesperado en contra de los conflictos armados. Un llamado para que las generaciones futuras no levantarán las armas contra la humanidad, que el autor dedicó a cuatro amigos muertos en la II Guerra, profundamente conmovido por las jóvenes vidas truncadas por intereses políticos.