Algo así explica el texto coescrito por Andrea Gutiérrez y Rodrigo Malbrán: que es toda una sorpresa que un hombre de una nación de vida tranquila y placentera, en el extremo nórdico de Europa, asumiera como misión propia salvar vidas en un territorio infestado de dictadura, a una distancia sideral, en el extremo sur del planeta.

Más aún, si en esta proeza había que sortear idioma, costumbres y represión, lo que el representante de Noruega en Chile, Frode Nilsen (1923), asumió como una tarea prioritaria y esperanzadora, dando refugio en el edificio diplomático a cientos de chilenos.

A esa lejana experiencia alude “El embajador”, un montaje candente y lleno de vida sin estridencias, en cuyo interior se mueve una llama que rompe la formalidad de su título.

De este modo, con la dirección del chileno Rodrigo Malbrán, lo extraño e intrincado del idioma extranjero se vuelve un murmullo fluido, transportado por el gesto corporal del elenco de jóvenes actores y actrices noruegos.

Rostros y máscaras

Entre 1973 y 1992, Frode Nilsen galvanizó su relación con Chile y sus derechos humanos. La obra alude a la etapa 1975-1982, cuando convirtió el segundo piso de la embajada en un recinto de asilo.

Por allí pasó una rotativa de cientos de personas que esperaban ser sacadas de país, luego de conmutarse la cárcel por extrañamiento.

En el centro del relato está la historia real de una chilena, detenida desde 1972, que Nilsen consiguió liberar ocho años después.

La propuesta escénica adopta una perfecta estructura coral, con amplios desplazamientos coreográficos, vestuario de colores neutros y algunas máscaras de media cara, un elemento distintivo del trabajo de Malbrán en su destacada compañía La Mancha, especializada en el gesto y la imagen.

Texto (Rodrigo Malbrán y Andrea Gutiérrez), música y universo sonoro (Asgeir Skrove) y escenografía (Eduardo Jiménez) se confabulan para darle un sentido ritual al montaje, en el que predominan las miradas hacia el público y al rincón profundo del alma.

Es cierto que el dolor es una corriente que recorre el escenario en todo su ancho –no podría ser de otro modo-, pero también ocupa un gran espacio de privilegio la esperanza, la solidaridad y los sentimientos cálidos.

En ningún caso, en su arista dulzona y facilista, ya que la obra parece querer hacer consciente, a través del texto y el gesto, de los peligros que siguen acechando a los derechos humanos en el mundo de hoy.

Los jóvenes actores y actrices noruegos se comprometen formal y espiritualmente con la obra, asumiendo con gran disciplina corporal la apretada síntesis que implica construir un relato que busca descifrar la huella de esos innumerables rostros desconocidos que acogió el embajador de Noruega, en los años oscuros de Chile.

Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM). Alameda 227. Jueves a sábado, 21.00 horas; domingo, 20.00 horas. Entrada general $ 8.000, estudiantes y tercera edad $ 4.000. Hasta el 29 de Mayo.