“¿Los bombardeos? Nadie puede describir eso”. En una cama del hospital turco de Kilis, Mahmud Turki cuenta cómo su vida se convirtió en un “infierno” cuando el ejército sirio, apoyado por Rusia, lanzó su ofensiva contra Alepo.

Una noche, cuando el sol se ponía sobre Minigh, al norte de Alepo, este campesino de 45 años miraba la televisión desde su canapé después de haber cenado con su familia. De repente, el fuego ruso cayó sobre su casa.

“Me desmayé”, recuerda Mahmud, con cicatrices en todo el cuerpo y varios puntos de sutura en la cabeza. “El tejado se derrumbó sobre mí y sobre mis hijos. Recuerdo la voz de mi esposa que me preguntaba si estaba vivo o muerto”, añade. “Fue un momento terrible”.

Como decenas de miles de civiles que huyeron de la batalla de Alepo, Mahmud tomó la ruta del norte hacia la frontera turca. Todos se hacinan en campamentos improvisados a la espera de poder pasar.

El viernes él y unos cuantos consiguieron cruzar la frontera para ser atendidos.

En una habitación cercana, Alaa Najar se recupera poco a poco de una herida en el hombro. Él también fue víctima de un ataque aéreo contra Marea, justo al norte de Alepo.

“Era un infierno. No podíamos soportar más los bombardeos. Ni nuestros animales aguantaban”, describe y afirma que había al menos cuatro por día. “Tengo un gatito. Cuando oía el ruido de los aviones corría a esconderse debajo de la cama. Si incluso los animales tienen tanto miedo, ¡cómo lo van a soportar los humanos!”.

El ejército ruso intervino en Siria en septiembre pasado en apoyo del presidente sirio Bashar al Asad. Moscú afirma que se trata de una operación contra el Estado Islámico (EI) y los otros grupos yihadistas en guerra contra el régimen.

Los países occidentales acusan a Rusia de atacar también a la oposición considerada democrática.

‘Asediados’

En las últimas semanas, la participación rusa permitió a las tropas de Asad y a sus aliados progresar frente a la rebelión, sobre todo en los alrededores de Alepo, la segunda ciudad de Siria.

“La situación es mala”, dice Mohamad, un combatiente rebelde herido en una pierna y un dedo que logró cruzar la frontera turca el martes apoyado en muletas.

“La gente huye. La ciudad quedó completamente destruida por los bombardeos aéreos rusos”, añade este hombre de 30 años que afirma haber perdido a su padre en un ataque ruso. “Estamos asediados por los rusos, los kurdos al oeste, Dáesh (el grupo Estado Islámico) al este y el régimen (sirio)”.

Antes de la guerra civil, Alepo era el pulmón económico de Siria. Una ciudad activa, rica en monumentos como el zoco y su ciudadela. Desde mediados de 2012, fue devastada por combates sangrientos y está dividida entre rebeldes, al este, y el ejército regular, al oeste.

ARCHIVO | Ameer al-Halbi | AFP

ARCHIVO | Ameer al-Halbi | AFP

El régimen lanzó hace ocho días esta ofensiva que amenaza a la insurgencia pero también a los 350.000 civiles de los barrios bajo su control, quienes podrían quedar privados de comida, agua y combustible.

Mahmud Turki llegó a Turquía en ambulancia. Su familia pudo reunirse con él tres días más tarde. Una suerte. Su hija Raghad y su hijo Musa también quedaron bloqueados bajo los escombros y padecen fracturas craneales.

“¿Quién nos atacó?”, pregunta el padre al hijo. “Los bombardeos de Bashar”, le responde el niño de cuatro años.

Turki denuncia la pasividad del mundo. “No hay comunidad internacional, ni ONU, ni Ginebra (escenario de las negociaciones de paz). Las oenegés son una mentira, el Consejo de Seguridad es una mentira”.

Pero por encima de todo, este sirio culpa al presidente ruso Vladimir Putin. Señala con el dedo a sus dos hijos con ironía: “Son miembros de Dáesh tomados por blanco por los bombardeos aéreos de Putin”. Y añade: “Putin, el asesino, el asesino de niños”.