“Las mujeres quieren encontrar el amor; los hombres aman buscarlo”.

Por Marcel Socías Montofré

Esa manera de “mentir con propiedad” –como el mismo Carlos Franz advierte- es apenas uno entre los muchos motivos que invitan a recomendar este verano la lectura de “Si te vieras con mis ojos” (Editorial Alfaguara, octubre de 2015).
Y no sólo porque el varano aporta con la temperatura suficiente para hacer propia la pasión que transunta Franz con una prosa simple, cercana y hasta vernácula, sino también por esa tan lograda capacidad de abordar la historia con la total impunidad imaginativa que sólo la ficción permite.

Lo permite y hasta lo exacerba, porque de otra manera no habría sido posible armar y desarmar la versión oficial que tenemos de la sociedad chilena de mediados del siglo XIX, para arrojarla a los desenfrenados líos de amores entre Rugendas, Charles Darwin y la exquisita Carmen Arriagada (hasta con Diego Portales instalado en una suerte de cameo escrito). Todo al amparo de aquella frase de Frida Kahlo que se condensa en libro, cine, telenovela, abismo y pintura.

A todas luces –aquellas que tanto buscó Rugendas- la narrativa se convierte en un divertimento literario magistralmente convertido en un amor triangular que por paisaje de fondo refulge y se nutre con colores en fuga y colisión de la sensibilidad romántica y la mentalidad racionalista.

Una colisión tan explícita como aquella sentencia que Franz instala arbitrariamente –aunque no por ello menos oportuno- en el personaje de Carmen Arriagada (considera la primera escritora de Chile) y la convence de que “también ella le temía a los amores satisfechos. La aterraba esa familiaridad con la dicha a la que ninguna dicha puede sobrevivir. Fuera donde fueran, y por lejos que llegaran, esta gran pasión de ustedes terminaría por convertirse en una pequeña institución”.

O mejor aún, cuando desde ese antagonismo del Chile decimonónico Darwin y Rugendas terminan por aceptar que “los mejores amores –como los héroes- deben morir jóvenes. De lo contrario se vuelven impotentes. El mejor modo de volver eterno un romance es matarlo. O quizá dejarlo incompleto. Suspendido…”.

Por cierto a la hora de los créditos –como en aquellos cines de matiné en el barrio- el mismo Franz se encarga de aclarar que el intercambio epistolar entre Rugendas y Carmen Arriagada existió (y así está documentado desde 1835 a 1851), mientras el resto “son libertades que se tomó el autor con la vida y obra de Darwin y Rugendas”.

Sin duda, libertad que sólo un escritor consolidado como Carlos Franz -por méritos tan evidentes como sus novelas “El lugar donde estuvo el Paraíso” (1996) y “El Desierto” (2006)- puede permitirse con una genialidad que hasta el propio Carlos Fuentes reconoció al opinar que “Carlos Franz tiene una voz poderosa, creativa, seductora y comprometida con la palabra”.