Eduardo Güenante-Pozo y La última conspiración: un buen primer intento

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Por Marcel Socías Montofré

Está claro que el talento no siempre camina al mismo ritmo que el empeño. Así queda de manifiesto en la primera novela de Eduardo Güenante-Pozo, una voluntariosa travesía donde el autor despliega todo su oficio en el relato breve de ciencia ficción para convertirlo en La primera conspiración (Editorial Forja), obra que a pesar de sus lugares comunes, es promesa literaria.

Una promesa que queda de manifiesto al constatar el buen uso del lenguaje, impecable trabajo de investigación –sobre todo en lo que a misterios bíblicos se refiere-, certero uso del enigma y elogiable construcción de una atmósfera confusa de la que tan bien se nutre el suspenso.

El problema son los detalles, aquellos detritus narrativos que por su ausencia, derriban todo intento de otorgar continuidad no sólo a los personajes, sino a la trama misma. Por cierto, un descuido que no sólo implica perder el interés del lector, sino también constatar que el autor confío tan a gusto en su talento narrativo que olvidó la arquitectura obligada de toda novela, ese mapa de ruta que da consistencia y desarrollo a la historia.

Ahí es donde Eduardo Güenante-Pozo se pierde en el lugar común donde habitan ángeles y demonios, sacerdotes muertos, conspiraciones vaticanas y mensajes subliminales que tan buenos réditos otorgaron a Dan Brown en El código Da Vinci, pero que ya cuenta con demasiados clones literarios como para sumergirse en otro más, ni siquiera por el esfuerzo de trasladar la locación de la historia desde Roma a la iglesia de Los Sacramentinos en Santiago de Chile.
Pero así también el error construye, es lección y palimpsesto, ejercicio que entrega experiencia y aporta claridad. En buenas cuentas, es materia prima y resiliencia literaria.

Por eso más que una novela, La última conspiración es la promesa cierta de un Eduardo Güenante-Pozo que viene en camino y está más cercano a las respuestas que a las dudas. Es cuestión de tiempo y saber esperar.

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Por Marcel Socías Montofré

Está claro que el talento no siempre camina al mismo ritmo que el empeño. Así queda de manifiesto en la primera novela de Eduardo Güenante-Pozo, una voluntariosa travesía donde el autor despliega todo su oficio en el relato breve de ciencia ficción para convertirlo en La primera conspiración (Editorial Forja), obra que a pesar de sus lugares comunes, es promesa literaria.

Una promesa que queda de manifiesto al constatar el buen uso del lenguaje, impecable trabajo de investigación –sobre todo en lo que a misterios bíblicos se refiere-, certero uso del enigma y elogiable construcción de una atmósfera confusa de la que tan bien se nutre el suspenso.

El problema son los detalles, aquellos detritus narrativos que por su ausencia, derriban todo intento de otorgar continuidad no sólo a los personajes, sino a la trama misma. Por cierto, un descuido que no sólo implica perder el interés del lector, sino también constatar que el autor confío tan a gusto en su talento narrativo que olvidó la arquitectura obligada de toda novela, ese mapa de ruta que da consistencia y desarrollo a la historia.

Ahí es donde Eduardo Güenante-Pozo se pierde en el lugar común donde habitan ángeles y demonios, sacerdotes muertos, conspiraciones vaticanas y mensajes subliminales que tan buenos réditos otorgaron a Dan Brown en El código Da Vinci, pero que ya cuenta con demasiados clones literarios como para sumergirse en otro más, ni siquiera por el esfuerzo de trasladar la locación de la historia desde Roma a la iglesia de Los Sacramentinos en Santiago de Chile.
Pero así también el error construye, es lección y palimpsesto, ejercicio que entrega experiencia y aporta claridad. En buenas cuentas, es materia prima y resiliencia literaria.

Por eso más que una novela, La última conspiración es la promesa cierta de un Eduardo Güenante-Pozo que viene en camino y está más cercano a las respuestas que a las dudas. Es cuestión de tiempo y saber esperar.