Un entrañable detective entra en los bajos fondos santiaguinos

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A lo largo de varias entregas, Heredia -creación del escritor chileno Ramón Díaz Eterovic- se convirtió en el investigador privado favorito de la novela negra local. Hoy comentamos Los Siete Hijos de Simenon (2001), sexta de la serie.

Heredia las hace de pintor de brocha gorda en unas cabañas en la playa. Decide volver al centro de Santiago, desde donde huyó no se sabe si por amor u otro problema. Allí, como suele ser, las circunstancias y el paisaje del Chile de la transición lo arrastran al crimen, a la miseria, a la soledad.

Pero a su lado siempre se encuentra Simenon, el gato, que le habla, lo interpela, lo juzga, lo critica. En paralelo, comienza el desfile de personajes de la trama policial, donde hay, entre muchos otros, funcionarios públicos, comerciantes, una mujer adivina que lo desea, un grupo de ancianos que sobrevive empeñando bienes y algunos detectives de carrera que lo conocen de sobra.

Hay también una chica muy joven a la que ama, a la que tuvo, pero con la que no hay posibilidades ahora.

Y un muerto. Y luego dos muertos. Y así la lectura, entre la subjetividad de la tragedia personal y la intriga, convierte a este libro en una espiral de la cual no puedes salir.

No se trata sólo de la prosa en primera persona. Más bien, esta escritura sencilla construye un personaje inolvidable en Heredia: solitario, bueno para el trago y el cigarro, sutilmente erudito, fatal con las minas, intruso y desvergonzado, un tipo al que te dan ganas de buscar en la calle para invitarlo a un par de rondas.

La buena noticia es que hay, hasta la fecha, 16 libros sobre las andanzas de Heredia. Los Siete Hijos de Simenon es sólo una puerta de entrada.

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A lo largo de varias entregas, Heredia -creación del escritor chileno Ramón Díaz Eterovic- se convirtió en el investigador privado favorito de la novela negra local. Hoy comentamos Los Siete Hijos de Simenon (2001), sexta de la serie.

Heredia las hace de pintor de brocha gorda en unas cabañas en la playa. Decide volver al centro de Santiago, desde donde huyó no se sabe si por amor u otro problema. Allí, como suele ser, las circunstancias y el paisaje del Chile de la transición lo arrastran al crimen, a la miseria, a la soledad.

Pero a su lado siempre se encuentra Simenon, el gato, que le habla, lo interpela, lo juzga, lo critica. En paralelo, comienza el desfile de personajes de la trama policial, donde hay, entre muchos otros, funcionarios públicos, comerciantes, una mujer adivina que lo desea, un grupo de ancianos que sobrevive empeñando bienes y algunos detectives de carrera que lo conocen de sobra.

Hay también una chica muy joven a la que ama, a la que tuvo, pero con la que no hay posibilidades ahora.

Y un muerto. Y luego dos muertos. Y así la lectura, entre la subjetividad de la tragedia personal y la intriga, convierte a este libro en una espiral de la cual no puedes salir.

No se trata sólo de la prosa en primera persona. Más bien, esta escritura sencilla construye un personaje inolvidable en Heredia: solitario, bueno para el trago y el cigarro, sutilmente erudito, fatal con las minas, intruso y desvergonzado, un tipo al que te dan ganas de buscar en la calle para invitarlo a un par de rondas.

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