Genial y memorable revisión del “Macbeth” de Verdi

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En el marco de las funciones del Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires (FIBA) en Chile, en el Teatro Municipal de Las Condes se presentó el elogiado montaje en el que el director sudafricano Brett Bailey adapta al Congo actual la ópera del autor italiano, inspirada a su vez en la clásica tragedia de Shakespeare. El espectáculo cumplió con las enormes expecta tivas que lo precedían.

Por Joel Poblete

Aunque fuera por mera coincidencia, ha sido un año en que los espectadores chilenos han podido ver en distintos escenarios diversos espectáculos operísticos que han trasladado su ambientación original a otras épocas y lugares: el argentino Pablo Maritano trasladó a nuestros días el “Platée” de Rameau que tuvo un memorable estreno latinoamericano en el Teatro Regional de Rancagua, y a continuación su compatriota Marcelo Lombardero en el Teatro Municipal de Santiago, luego del estreno en Chile de una “Rusalka” de Dvorak con toques Art Noveau, estuvo a cargo en ese mismo escenario de otro estreno en nuestro país, “La carrera de un libertino” de Stravinsky, de lograda ambientación contemporánea. Después, siempre en el Municipal, el español Emilio Sagi trasladó al Nápoles de los años 60 del siglo pasado “El turco en Italia” de Rossini con notables resultados, y Maritano regresó para trasladar “Los dos Foscari” de Verdi desde el siglo XV hasta los años de entreguerra en la Italia del siglo XX. Y entremedio, en el Teatro Municipal de Las Condes la chilena Miryam Singer también actualizó el “Gianni Schicchi” de Puccini, que originalmente transcurre a fines del siglo XIII.

Todo esto en rigor ya a estas alturas no es novedad, ya que se trata de una tendencia mundial de las últimas décadas. En algunas ocasiones funciona a la perfección, y el espíritu de la obra original logra mantenerse más allá del cambio de locación y época, mientras en otros casos el público y los críticos no logran reconocer en escena lo que el compositor y sus libretistas crearon en un inicio. Y este fin de semana, quienes asistieron en el Municipal de Las Condes a las dos funciones del “Macbeth” de Verdi en la versià ³n del director sudafricano Brett Bailey y su compañía Third World Bunfight, pudieron asistir no sólo a uno de los mejores exponentes que hemos visto en Chile de cómo debe ser una acertada actualización de una ópera clásica, sino además a un espectáculo definitivamente extraordinario, genial y memorable.

Este montaje llegó en el marco de las obras que entre el 2 y el 18 de este mes está presentando una nueva versión del Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires (FIBA) en Chile, proyecto que desde 2011 impulsa y organiza la Fundación Teatro a Mil. La propuesta de Bailey se ha paseado por distintos países en los últimos años cautivando a los más diversos públicos, tanto entendidos en ópera como neófitos, y llegaba a Chile precedida de aplausos y elogiosas críticas en el legendario Teatro Colón de Buenos Aires, el principal escenario lírico argentino, ni más ni menos. Las expectati vas eran muchas, y afortunadamente se vieron totalmente cumplidas.

Basado en la célebre tragedia de Shakespeare, el “Macbeth” de Verdi fue estrenado en 1847, y desde entonces es considerado uno de los mejores títulos del autor italiano, ya que a pesar de las convenciones musicales y dramatúrgicas de la época, conserva muy bien la esencia y atmósfera del drama del bardo inglés y ya desarrolla sutilezas musicales que anuncian los logros de su genial madurez. En Chile, el Teatro Municipal de Santiago lo ha presentado en cuatro temporadas en los últimos 30 años, incluyendo en 2003 una producción traída desde el Festival de Savonlinna en Finlandia, y en 2010 una muy tecnologizada y curiosa puesta en escena del argentino Hugo de Ana que no convenció a todo el mundo. Y no es exageración decir que la versión que se acaba de presentar en Santiago, es una de la s mejores que hemos podido ver en nuestro país.

La propuesta de Bailey traslada la historia desde la Escocia medieval hasta el Congo de nuestros días, contando con una adaptación musical a cargo de Fabrizio Cassol interpretada por 12 músicos dirigidos por Premil Petrovic, y con diez cantantes que tan pronto se unen conformando un coro, como también son la oportunidad para que tres de ellos aborden los roles principales: Macbeth, su esposa Lady Macbeth y Banquo.

Y el resultado es impresionante por donde se lo mire (y escuche); quizás puede ser disfrutado aún más por aquellos espectadores que gustan de la ópera y conocen la obra original de Verdi, pero de todos modos puede cautivar y fascinar a nivel teatral a todo tipo de público. Un montaje ágil, fluido, dinámico, tremendamente inteligente y creativo, que utiliza muy bien el espacio escénico de manera sencilla y aprovechando los recursos de iluminación, así como el oportuno uso de fotografías y proyecciones.

La esencia de la tragedia de Shakespeare, con su historia de luchas de poder, ambición y crimen, sigue viva y vigente en el cruento y salvaje contexto político y social del Congo contemporáneo. La violencia, el desgarro emocional y el dolor están presentes en distintos momentos, pero también son numerosos los juguetones toques de humor y sátira, que incluye el uso de sobretítulos que a menudo no dicen exactamente lo que se está cantando originalmente en la ópera verdiana, y hasta ofrecen unos cuantos chilenismos (“qué wevá más rara” dicen Macbeth y Banquo, luego el segundo comenta “se cree la muerte”, posteriormente la Lady dirá “pobre hueón” refiriéndose a su marido, e incluso por ahí habrá reconocibles exclamaciones como “ándate a la cresta”).

Si ya en lo escénico esta producción es notable, en lo musical es incluso aún más meritoria e inolvidable. La partitura original de Verdi está tratada con respeto y cariño, y a pesar de contar con un reducido número de instrumentistas, la adaptación conserva su fuerza y potencia dramática, además de sorprender con la intervención de instrumentos de percusión que evocan oportunamente sones africanos y tan bien parecen acoplarse a las melodías verdianas; lo mismo se puede decir de los sampleos que en algunos momentos intervienen la música en vivo, como cuando el gran concertado que cierra el acto I en la versión de Verdi, acá no se interpreta en vivo sino que aparece como una grabación intervenida que de manera muy efectiva finaliza esa escena.

Los conocedores de la ópera descubrirán estos y otros cambios, que incluyen cortes y reemplazos: por ejemplo, no hay un preludio orquestal al comienzo; de manera muy acertada, la obra se inicia y finaliza con el famoso coro “Patria oppressa”, que en el original verdiano recién aparece en el acto IV; la famosa aria del protagonista, “Pietà, rispetto, amore” apenas es esbozada, y en cambio al morir éste canta “Mal per me che m’affidai”, aria que aparecía en la versión original de 1847 pero rara vez se canta hoy (de hecho, es probable que nunca se hubiera interpretado antes en un “Macbeth” representado en Chile); el vigoroso y energético coro triunfal del final es omitido acá, por lo que el desenlace es aún más oscuro, lo que funciona muy bien en el contexto de la adaptación teatral, al terminar con el ya mencionado “Patria oppressa”. Todas estas modificaciones, así como la eliminación de las repeticiones habituales de algunos fragmentos de acuerdo al estilo italiano del siglo XIX, ayudan a que la ópera avance mucho más rápido, y en vez de las aproximadamente dos horas y media que habitualmente suele durar la ópera, el espectáculo se extiende por alrededor de una h ora y 45 minutos.

¿Y las voces? se merecen un párrafo aparte. En conjunto, todos los artistas en escena demostraron ser tanto excelentes cantantes como buenos actores, como lo confirmaron los siete secundarios que tan pronto servían de secuaces criminales o soldados como de pueblo oprimido, prestándose tanto para el drama como para el humor negro y bailando de manera contagiosa cuando era necesario. Pero en verdad quienes deslumbraron fueron los tres protagonistas: mientras el barítono Owen Metsileng fue un contundente y vigoroso Macbeth, tan pronto feroz y estremecedor como divertido y casi infantil, también impactó el sonoro e imponente registro de bajo de Otto Maidi como Banquo; pero quien se robó la película fue Nobulumko Mngxekeza como una extraordinaria Lady Macbeth, uno de los roles femeninos más exigentes más exigentes en lo vocal e interpretativo creados por Verdi, que ella desarrolló a la perfección, con una voz atractiva y de gran volumen, muy bien proyectada y que se desplazó con comodidad por agudos y graves, logrando incluso merecidos aplausos durante la función con su interpretación del aria “La luce langue”, y consiguiendo conmover en su escena del sonambulismo. ¡Un triunfo, con merecidas ovaciones al final para todos los artistas! Y en nuestro caso asistimos a la segunda y última función, el sábado 10, que precisamente coincidía con el día del cumpleaños de Verdi. No es aventurado pensar que el maestro italiano habría quedado más que conforme con esta inolvidable adaptación contemporánea, que confirma que a más de un siglo de muerte, su genio sigue trascendiendo las épocas y estilos.

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En el marco de las funciones del Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires (FIBA) en Chile, en el Teatro Municipal de Las Condes se presentó el elogiado montaje en el que el director sudafricano Brett Bailey adapta al Congo actual la ópera del autor italiano, inspirada a su vez en la clásica tragedia de Shakespeare. El espectáculo cumplió con las enormes expecta tivas que lo precedían.

Por Joel Poblete

Aunque fuera por mera coincidencia, ha sido un año en que los espectadores chilenos han podido ver en distintos escenarios diversos espectáculos operísticos que han trasladado su ambientación original a otras épocas y lugares: el argentino Pablo Maritano trasladó a nuestros días el “Platée” de Rameau que tuvo un memorable estreno latinoamericano en el Teatro Regional de Rancagua, y a continuación su compatriota Marcelo Lombardero en el Teatro Municipal de Santiago, luego del estreno en Chile de una “Rusalka” de Dvorak con toques Art Noveau, estuvo a cargo en ese mismo escenario de otro estreno en nuestro país, “La carrera de un libertino” de Stravinsky, de lograda ambientación contemporánea. Después, siempre en el Municipal, el español Emilio Sagi trasladó al Nápoles de los años 60 del siglo pasado “El turco en Italia” de Rossini con notables resultados, y Maritano regresó para trasladar “Los dos Foscari” de Verdi desde el siglo XV hasta los años de entreguerra en la Italia del siglo XX. Y entremedio, en el Teatro Municipal de Las Condes la chilena Miryam Singer también actualizó el “Gianni Schicchi” de Puccini, que originalmente transcurre a fines del siglo XIII.

Todo esto en rigor ya a estas alturas no es novedad, ya que se trata de una tendencia mundial de las últimas décadas. En algunas ocasiones funciona a la perfección, y el espíritu de la obra original logra mantenerse más allá del cambio de locación y época, mientras en otros casos el público y los críticos no logran reconocer en escena lo que el compositor y sus libretistas crearon en un inicio. Y este fin de semana, quienes asistieron en el Municipal de Las Condes a las dos funciones del “Macbeth” de Verdi en la versià ³n del director sudafricano Brett Bailey y su compañía Third World Bunfight, pudieron asistir no sólo a uno de los mejores exponentes que hemos visto en Chile de cómo debe ser una acertada actualización de una ópera clásica, sino además a un espectáculo definitivamente extraordinario, genial y memorable.

Este montaje llegó en el marco de las obras que entre el 2 y el 18 de este mes está presentando una nueva versión del Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires (FIBA) en Chile, proyecto que desde 2011 impulsa y organiza la Fundación Teatro a Mil. La propuesta de Bailey se ha paseado por distintos países en los últimos años cautivando a los más diversos públicos, tanto entendidos en ópera como neófitos, y llegaba a Chile precedida de aplausos y elogiosas críticas en el legendario Teatro Colón de Buenos Aires, el principal escenario lírico argentino, ni más ni menos. Las expectati vas eran muchas, y afortunadamente se vieron totalmente cumplidas.

Basado en la célebre tragedia de Shakespeare, el “Macbeth” de Verdi fue estrenado en 1847, y desde entonces es considerado uno de los mejores títulos del autor italiano, ya que a pesar de las convenciones musicales y dramatúrgicas de la época, conserva muy bien la esencia y atmósfera del drama del bardo inglés y ya desarrolla sutilezas musicales que anuncian los logros de su genial madurez. En Chile, el Teatro Municipal de Santiago lo ha presentado en cuatro temporadas en los últimos 30 años, incluyendo en 2003 una producción traída desde el Festival de Savonlinna en Finlandia, y en 2010 una muy tecnologizada y curiosa puesta en escena del argentino Hugo de Ana que no convenció a todo el mundo. Y no es exageración decir que la versión que se acaba de presentar en Santiago, es una de la s mejores que hemos podido ver en nuestro país.

La propuesta de Bailey traslada la historia desde la Escocia medieval hasta el Congo de nuestros días, contando con una adaptación musical a cargo de Fabrizio Cassol interpretada por 12 músicos dirigidos por Premil Petrovic, y con diez cantantes que tan pronto se unen conformando un coro, como también son la oportunidad para que tres de ellos aborden los roles principales: Macbeth, su esposa Lady Macbeth y Banquo.

Y el resultado es impresionante por donde se lo mire (y escuche); quizás puede ser disfrutado aún más por aquellos espectadores que gustan de la ópera y conocen la obra original de Verdi, pero de todos modos puede cautivar y fascinar a nivel teatral a todo tipo de público. Un montaje ágil, fluido, dinámico, tremendamente inteligente y creativo, que utiliza muy bien el espacio escénico de manera sencilla y aprovechando los recursos de iluminación, así como el oportuno uso de fotografías y proyecciones.

La esencia de la tragedia de Shakespeare, con su historia de luchas de poder, ambición y crimen, sigue viva y vigente en el cruento y salvaje contexto político y social del Congo contemporáneo. La violencia, el desgarro emocional y el dolor están presentes en distintos momentos, pero también son numerosos los juguetones toques de humor y sátira, que incluye el uso de sobretítulos que a menudo no dicen exactamente lo que se está cantando originalmente en la ópera verdiana, y hasta ofrecen unos cuantos chilenismos (“qué wevá más rara” dicen Macbeth y Banquo, luego el segundo comenta “se cree la muerte”, posteriormente la Lady dirá “pobre hueón” refiriéndose a su marido, e incluso por ahí habrá reconocibles exclamaciones como “ándate a la cresta”).

Si ya en lo escénico esta producción es notable, en lo musical es incluso aún más meritoria e inolvidable. La partitura original de Verdi está tratada con respeto y cariño, y a pesar de contar con un reducido número de instrumentistas, la adaptación conserva su fuerza y potencia dramática, además de sorprender con la intervención de instrumentos de percusión que evocan oportunamente sones africanos y tan bien parecen acoplarse a las melodías verdianas; lo mismo se puede decir de los sampleos que en algunos momentos intervienen la música en vivo, como cuando el gran concertado que cierra el acto I en la versión de Verdi, acá no se interpreta en vivo sino que aparece como una grabación intervenida que de manera muy efectiva finaliza esa escena.

Los conocedores de la ópera descubrirán estos y otros cambios, que incluyen cortes y reemplazos: por ejemplo, no hay un preludio orquestal al comienzo; de manera muy acertada, la obra se inicia y finaliza con el famoso coro “Patria oppressa”, que en el original verdiano recién aparece en el acto IV; la famosa aria del protagonista, “Pietà, rispetto, amore” apenas es esbozada, y en cambio al morir éste canta “Mal per me che m’affidai”, aria que aparecía en la versión original de 1847 pero rara vez se canta hoy (de hecho, es probable que nunca se hubiera interpretado antes en un “Macbeth” representado en Chile); el vigoroso y energético coro triunfal del final es omitido acá, por lo que el desenlace es aún más oscuro, lo que funciona muy bien en el contexto de la adaptación teatral, al terminar con el ya mencionado “Patria oppressa”. Todas estas modificaciones, así como la eliminación de las repeticiones habituales de algunos fragmentos de acuerdo al estilo italiano del siglo XIX, ayudan a que la ópera avance mucho más rápido, y en vez de las aproximadamente dos horas y media que habitualmente suele durar la ópera, el espectáculo se extiende por alrededor de una h ora y 45 minutos.

¿Y las voces? se merecen un párrafo aparte. En conjunto, todos los artistas en escena demostraron ser tanto excelentes cantantes como buenos actores, como lo confirmaron los siete secundarios que tan pronto servían de secuaces criminales o soldados como de pueblo oprimido, prestándose tanto para el drama como para el humor negro y bailando de manera contagiosa cuando era necesario. Pero en verdad quienes deslumbraron fueron los tres protagonistas: mientras el barítono Owen Metsileng fue un contundente y vigoroso Macbeth, tan pronto feroz y estremecedor como divertido y casi infantil, también impactó el sonoro e imponente registro de bajo de Otto Maidi como Banquo; pero quien se robó la película fue Nobulumko Mngxekeza como una extraordinaria Lady Macbeth, uno de los roles femeninos más exigentes más exigentes en lo vocal e interpretativo creados por Verdi, que ella desarrolló a la perfección, con una voz atractiva y de gran volumen, muy bien proyectada y que se desplazó con comodidad por agudos y graves, logrando incluso merecidos aplausos durante la función con su interpretación del aria “La luce langue”, y consiguiendo conmover en su escena del sonambulismo. ¡Un triunfo, con merecidas ovaciones al final para todos los artistas! Y en nuestro caso asistimos a la segunda y última función, el sábado 10, que precisamente coincidía con el día del cumpleaños de Verdi. No es aventurado pensar que el maestro italiano habría quedado más que conforme con esta inolvidable adaptación contemporánea, que confirma que a más de un siglo de muerte, su genio sigue trascendiendo las épocas y estilos.