El texto fue publicado originalmente en el sitio No es na la feria y fue autorizado por su director, Richard Sandoval, para ser publicado en nuestra sección ‘Tu Voz’.

“Revelamos sus engaños” y “vamos por ellos” son los eslóganes de la nueva temporada de “En su propia Trampa”, el programa conducido y protagonizado por el periodista-actor-policíailegal Emilio Sutherland, el ‘Tío Emilio’.

Para cerrar la promoción, el espacio que reporta el mayor rating semanal a Canal 13 festina con la frase “reincidimos”, burlando lo que significa el drama social de una reincidencia delictiva y dándole sentido de espectáculo al tema de la delincuencia, posicionado hoy como el más relevante para la derecha y sus medios, en el afán de desviar la atención de exigencia de cambios a las estructuras de la desigualdad.

Es en este proceso en que Sutherland, escondido en furgones o piezas acondicionadas; provisto de un personal de seguridad y cámaras ocultas, se presenta como héroe, habla con el tono de la condena que le correspondería a un juez de la inquisición, se salta todo tipo de procedimiento jurídico –pasando a llevar derechos constitucionales y cometiendo incluso delitos- para provocar una situación catalogable como delictiva y escandalosa, y terminar mostrándola en la tele a los millones de sedientos de morbo que lo salen a celebrar.

Pero, entendiendo que se trata de un profesional respaldado por cientos de millones de pesos en publicidad –el capítulo del 16 de agosto lideró su horario con 22 puntos de rating- y una maquinaria de fabricación de delitos, cabe preguntarse ¿Quién es más delincuente? ¿El adolescente de 16 años que secuestraron para exponer su vulnerabilidad social y aparentes acciones delictivas; o el equipo del programa cuyo rostro es el Tío Emilio, que con un criterio formado y frías horas de elaboración de la emboscada cometen el delito con mayor pena en la legislación chilena, el secuestro?

Así es, porque entre los capítulos de “justicia en mis propias manos” elaborados para “ayudar” a personas civiles a quienes no les han pagado una deuda, o a quienes sufren el no pago de casas en arriendo, el Tío Emilio conecta, con una autoridad moral y editorial en torno al tema de la delincuencia, severos golpes a la dignidad de personas muchas veces vulnerables en el amplio sentido de la palabra.

Es el caso del adolescente de 16 años de iniciales E.L.C, quien en septiembre de 2013 fue engañado por el equipo del periodista para subir a un furgón en el que presuntamente iban a perpetrar un robo. Una vez dentro del vehículo, lo mantuvieron a la fuerza y luego le hicieron creer que estaba frente a una pandilla violentamente armada. La defensora penal de Puente Alto acusó a Sutherland de tortura, ya “que estamos en presencia de un niño, un adolescente vulnerable, con serios problemas, y que lo que requiere es ayuda, y no estigmatización”.

Por esto, se conoció la semana pasada la formalización de cinco miembros del equipo, por los delitos de “grabación y difusión ilegal”. La madrastra de la víctima acusó que grabaron su casa sin autorización, ante lo que el director del programa, Rodrigo Leiva, respondió que están tranquilos porque “no hicimos las cosas a la mala” (?) O sea, pasar a llevar la privacidad de una familia pobre es no hacer las cosas a la mala.

Entonces ¿dónde queda la posición pedagógica de este hombre cuando su camino para demostrar la maldad de los delincuentes es cometer delitos aún mayores que un cartereo? Y si llevamos un poco más allá la reflexión ¿Con qué ética se puede perseguir a pendejos que pueden ser su nieto, que viven en un basural motivados por la desintegración social de su entorno; pero quedarse callado ante los verdaderos robos al bolsillo de los que luego lo aplauden? Porque irrita ver la persecución a un exponente de Pepito Paga Doble, encarándolo represivamente, apuntándolo con el dedo, mientras se queda todo lo que es calleuque el loro cuando los dueños de las farmacias salen libres de polvo y paja, cuando las isapres discriminan a una mujer embarazada o cuando las AFP dejar en la ruina a una empleada del aseo.

Pero claro, es más fácil ir a los basurales, los suburbios y a las peligrosas bandas de falsos sordomudos, que a las mansiones de los dueños de Fasa o AFP Provida. ¿Qué pasaría si en el mismo furgón en que torturaron a un adolescente mechero hubieran metido a Pablo Alcalde, el estafador de La Polar? Ese sería heroísmo, no correr detrás de Enzo Corsi para funcionar como intermediario de un conflicto que debiese ser conducido por la Justicia.

¿En qué momento este país permitió que dejara de ser un espanto que un periodista pintoresco ejerza como un poder del Estado paralelo al Judicial? Porque tentar con autos lujosos para atraer a ladrones, espiar día y noche a una madre que usa a su hija como enferma de leucemia para pedir plata en la calle, o “dar su merecido” a lanzas de Las Condes con un tramposo “grupo de rehabilitadores” no sólo es anular el valor de un proceso judicial y los derechos de los “peces atrapados”, sino también un acto de cobardía profesional, que se queda en la mera imagen que venda, en el puro show pa la tele.

En el periodismo, los crímenes y delitos se investigan, se publican y se entregan a la justicia, en base a un estricto y riguroso proceso. Hacer lo contrario es poner una jugarreta morbosa al lado de investigaciones que han costado muertos y que han servido cientos de veces para esclarecer verdades en los temas más sensibles de los derechos humanos y políticos de un país.

Y Chile, un país tan lleno de injusticias, abusos, impunidad y burlas a la Ley lo que menos necesita es héroes a la busca de delincuentes aleatorios; ni tampoco defensores del pueblo haciendo casi una detención ciudadana a viejos marginales que fingen ataques epilépticos; necesitamos valor para denunciar lo que importa, necesitamos justicia que actúe, cumpla y respete, y necesitamos periodismo a la altura de una sociedad que se hartó del espectáculo de la miseria.

No aceptemos de los justicieros morales la conversión de la justicia en un nuevo Morandé con Compañía. Porque Tío Emilio y “En su propia Trampa”, sólo demuestran que en Chile sigue existiendo -con tele o sin tele- justicia para ricos y justicia para pobres.

Richard Sandoval
Director en @noesnalaferia

Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile