La columna fue publicada por el médico familiar adultos Jorge López, en el sitio web MataSanos.

Hace algunos años en mi equipo de salud discutimos el caso de Pablo, un joven de 22, con graves problemas de salud dental. Inasistente a sus atenciones, pese a que incluso se le conseguían nuevas citas con su odontóloga, su familia nos pedía ayuda para que no perdiera sus dientes.

Pablo era un muchacho tranquilo y trabajador, obrero de la construcción y había resuelto varios temas en su vida. Sin embargo, había una arista que no era tan sencilla de solucionar y que le hacía perder sus horas, aunque se encontrara en la sala de espera al momento de ser llamado: en su ficha clínica su nombre era Alejandra.

Se transmitió al equipo la importancia de llamarlo con su nombre social, registrándolo -en ese entonces en una ficha de papel- y cada cierto tiempo se reforzaba “no olvidar a Pablo”, y estar atentos a nuevos casos de población transgénero.

Si bien es cierto que el trabajo del equipo permitió ayudarle, fue una acción reactiva cuando ya se había producido un daño. Con el tiempo incluso se generó un documento desde el Ministerio de Salud, referido al enfrentamiento de usuarios transgénero, que estructura estas acciones pero siempre me pareció que algo faltaba. En el fondo, siempre vamos un poco más tarde, y los servicios de salud básicamente no están pensados considerando la población LGBT -lesbiana, gay, bisexual, transgénero-.

Por supuesto, todo parte desde la interacción persona a persona. Como médico familiar en la gran mayoría de las ocasiones exploro en menor o mayor grado el entorno y hace algunos años comencé a reenfocar mis consultas buscando una mayor apertura. Es así como ahora mi conducta no es asumir, sino realizar preguntas como: “¿tienes pareja?” y “¿cómo se llama tu pareja?”. Sin embargo me he sorprendido con mis propias trabas al realizar preguntas dirigidas para avanzar desde las anteriores.

Pero ¿por qué es importante esto?, el tema es que los perfiles de riesgos -tanto biológicos como psicosociales-, y las intervenciones preventivas y consejerías a realizar, funcionan de forma distinta, entonces podemos perder la ocasión de realizar una acción efectiva, y de que un usuario se sienta cobijado cuando aún se describen situaciones de discriminación a la población LGBT.

Es en base a todo lo anterior que me pareció fantástico el trabajo realizado por el proyecto Centros de Salud Libres de Homofobia, en Uruguay, generándose un primer recinto donde las intervenciones sanitarias, en particular las referidas a la salud sexual y reproductiva, no comienzan desde el supuesto de que los usuarios son heterosexuales.

Por supuesto, como en otros ámbitos de la entrevista, es un tópico que requiere entrenamiento. Y es por ello que generaron además un material audiovisual tremendamete útil llamado “¿Cuál es la diferencia?”, donde se ejemplifica cómo el uso de claves comunicacionales permiten que una misma consulta llegue a términos muy distintos. Sin duda vale la pena revisar los cerca de 20 minutos de casos de consultas simuladas, para comprender cuántas veces podemos haber pasado por alto a un usuario LGBT.

Pues claro: podemos creer -en nuestra arrogancia- que en cada consulta lo “hacemos todo bien”, pero lo cierto es que no sabemos si nuestro paciente al momento de cerrar la puerta por fuera se marchó satisfech@ o no.

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