Todavía no está claro lo que la organización terrorista Estado Islámico (EI) pretende hacer con los cerca de 220 cristianos que secuestró recientemente en varias localidades del norte de Siria. En el mejor de los casos, podrían intentar canjearlos por yihadistas presos en cárceles sirias.

En el peor, los rehenes se convertirán en víctimas de la política simbólica con la que, una vez más, la milicia demostrará que ha declarado la guerra a los cristianos y al cristianismo en todo el mundo. Entre los últimos en correr tal suerte estuvieron, recientemente, 21 coptos egipcios secuestrados y degollados poco tiempo después ante las cámaras en Libia.

Según los yihadistas, estas ejecuciones son sólo el preámbulo de una lucha que tomará mayores proporciones; una lucha que, por ahora, se despliega al sur del Mediterráneo pero que amenaza con extenderse, en algún momento, al norte.

Al menos, ese es el plan: “Conquistaremos Roma”, dijo uno de los verdugos en el último video de ejecuciones grabado, supuestamente, en una playa libia. El enmascarado, con el cuchillo en la mano, señaló hacia Europa.

Justificación religiosa

La afirmación no obedeció a un antojo casual. A fines del verano de 2014, el EI publicó la cuarta edición de su revista Dabiq. El nombre de la publicación hace referencia a una ciudad del norte de Siria, a la que se hace mención en los hadices islámicos.

Según estos relatos o narraciones que se refieren a los dichos y hechos del profeta Mahoma, en esta ciudad se librará la batalla decisiva entre musulmanes y cristianos, poco antes del fin del mundo.

Los editores de la revista eligieron una portada consecuentemente impactante para su nueva edición: Muestran la Plaza de San Pedro en el Vaticano. Sobre ella, ondea la bandera negra de los yihadistas. Abu-Bakr al-Baghdadi, el líder de EI, lo anunció en diciembre: su organización pretende, “con la bendición de Alá”, conquistar Roma.

La justificación religiosa de este rumbo anticristiano la ofrecía ya en 2007 una de las organizaciones predecesoras del actual EI, el entonces llamado Estado Islámico de Irak (EII), en su documento fundacional. Bajo el título “Aviso a los fieles sobre el nacimiento del Estado Islámico” y aludiendo a un dicho del profeta del Islam, Mahoma, los autores declaran que los musulmanes deberían ser gobernados por musulmanes. Así que si tres musulmanes viven en un sitio, según ellos, deberían designar a un gobernante.

Por otra parte, sería imperativo, para la salvación de los musulmanes, vivir en una zona en la que se aplica la sharía o ley islámica. Y, como los textos canónicos no especifican el alcance del territorio sobre el que viven los sunitas, los autores del texto asumen que no han de ceñirse a límite alguno.

Así que, para el EI, basta con el alcance global de la presencia musulmana, para justificar sus aspiraciones de convertir al mundo en dominio sunita. Así como el dominio de la nueva religión islámica creció una y otra vez en sus orígenes, se imagina este escrito fundacional que se extenderá también ahora, constantemente, el área sometida por el EI. Tal territorio pasaría a ser, automáticamente, parte de su autoproclamado califato.

La expansión, según los teólogos de la organización, debe basarse en tres principios fundamentales: “nikayah” (terror y destrucción), “tawwahush” (brutalidad despiadada) y, por último “tamkin” (establecimiento del califato). Los cabecillas y militantes de EI hablan en serio; sus acciones no dejan lugar a dudas.

Objetivos del terror

Con los ataques expresamente dirigidos contra cristianos, escribe el historiador y filósofo iraní-americano Hamid Dabashi en la página web de Al-Jazeera, el EI persigue cuatro objetivos.

En primer lugar, los cristianos pertenecieron los más antiguos grupos poblacionales del Cercano Oriente. De modo que constituyen uno de los más evidentes símbolos de la multicultural y multiconfesional pluralidad de la región, algo que el EI quiere borrar.

En segundo lugar, los ataques dirigidos contra minorías religiosas como los cristianos, chiítas y yazidíes se proponen enfrentar a estos grupos entre sí y socavar así la estabilidad de los Estados en que habitan.

En tercer lugar, estos ataques están destinados a provocar intervenciones de las potencias occidentales (Estados Unidos y la Unión Europea). Ello haría plausible la afirmación del EI, de que el Islam se halla en guerra con el resto del mundo. En su favor juega el hecho de que Occidente tiende a asumir los ataques contra cristianos como ataques contra sí mismo, sin reparar, según Dabashi, en que la mayoría de las víctimas de la organización terrorista son cristianos árabes.

En cuarto y último lugar, Dabashi explica los ataques contra minorías religiosas como un intento del EI por restaurar su gravemente dañada aura de invencibilidad tras la derrota en Kobane. Intento que, además, los mantiene presentes en la cobertura mediática occidental.

Desde Occidente podría añadirse como quinto punto el peligro de que el terror contra los cristianos alimente, adicionalmente, una difusa islamofobia. Esta podría, a su vez, empujar a algunos musulmanes a radicalizarse y abrazar el extremismo yihadista. Con ello se habría impulsado un fatal círculo vicioso, en el que acción y reacción se sucederían e impulsarían mutuamente, tanto más, cuanto menos claro se tenga el cínico cálculo del EI.