Le sugiero a los profesores de voz -en las escuelas de teatro y en las de música- que busquen en YouTube la segunda noche de Festival. Tienen material para una clase entretenida y tan didáctica, que los alumnos nunca olvidarán la lección.

Pueden comenzar por Arjona, que, con todo respeto, desafinó tan ostentosamente como nunca antes lo había escuchado.

Hubo quienes especularon que no ensayó (mal) y otros que no tenía retorno (mal también).

En Twitter alguien lo defendió diciendo que lo suyo es la puesta en escena, el trovador.

El problema, parafraseando al aludido, es que él es cantante. Uno al que nadie espera ver en el MET o en Bayruth, pero sí en un escenario como el de anoche, donde nunca antes hubo nada que reprocharle en este sentido.

Mucho micrófono al público -la muleta más recurrida cuando están en apuros-, el apoyo de su excelente coro (que entró firme en la segunda parte, sobre todo) y la prueba contundente que sí hay quienes cantan bien: la deliciosa y firme voz de Gaby Moreno.

Como pasó en Olmué con José Luis Perales (ok, la situación fue mucho peor) la fidelísima y amplia fanaticada no estaba para “detalles” y pasó por alto que su ídolo estuviese fuera de tono la mayor parte del tiempo.

¡Para qué!

Si corear como un karaoke en vivo las mismas canciones que uno escucha en el taxi desde hace años es un placer infinito para sus seguidores, que tienen todos sus discos en cualquier formato y en cualquier soporte.

Tampoco están preocupada/os de si sus letras abusan hasta la arcada del oxímoron (y eso ¡¿cómo se come?!) tal como a las millones de lectoras de las “50 sombras de Grey” les importa menos que nada que el best-seller carezca del más elemental valor literario.

Pero hay algo importante que reconocerle a Arjona, algo que no pueden decir ídolos como Luis Miguel, por ejemplo: él es un devoto de sus fans. Este es un amor correspondido.

El tipo se toma la molestia de subir al escenario a la presidenta de su fan club, cantar con ella, besarla, sacarse una selfie (antes, sentó a su lado a la estupenda mujer de Iván Núñez), recibir lo que le lancen, mirarlas, hablarles, leer los carteles. ¡Cómo no va a ser adorable!

Desafinado y todo, ¡se merece que lo idolatren!

Y él se siente auténticamente cómodo con ello, con su piropos obvios pero lindos, su escenografía recargada y ¡tan literal!, sus bancos de plaza sobre el escenario. Tanto que en todo este episodio de subir y bajar fans -en “Señora de las cuatro décadas”- se le afirmó la voz.

Y para el primer bis, la segunda lección para los alumnos de voz: Carolina de Moras es para una sesión completa. Claro que ella es insustituible: es cálida, encantadora, ¡siempre! luce espléndida porque no sólo es linda sino que tiene una estampa asombrosa. Se la vio muy juguetona con Rafa que, al menos anoche, graduó su voz, evitando mantenerla siempre en esa cuerda alta como tiende a hacerlo.

La pareja se ve cómoda junta en el escenario y eso, porque se traspasa y transparenta ineludiblemente, se agradece.

Igual hay que decir que conquistar al público de la Quinta se está volviendo una empresa sencilla.

Centella, el humorista, hizo una rutina de contados aciertos. Para llegar al remate (chiste que sólo a veces era gracioso) alargaba historias que no aportaban ningún contenido humorístico.

La talla de los 6 mil 500 millones de pesos (caso Caval) -que estaba servida como tema- la desaprovechó notoriamente, envolviéndola en una introducción sosa y obvia.

Ana Josefa Silva

Ana Josefa Silva

Tiene potencial. Necesita un director que le dé ritmo a su rutina.

Poner a Reik al cierre fue la mejor decisión: más letras románticas, baladas conocidas por los mismos que anoche compraron la entrada, como “Noviembre sin ti” y un grupo musicalmente afiatado.

Aunque las “arjonianas” no estaban para escuchar nada más y dejaron la Quinta una vez cumplida su cita.

Ana Josefa Silva V.
Crítica de cine
@ana_josefa
www.anajosefasilva.cl