Tomás Mosciatti: “El condenado cura O’Reilly tiene una fe chiquitita”

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Pese a todos los errores que tiene la sentencia que lo condenó, el cura John O’Reilly prefirió no recurrir de nulidad. Prefirió el cálculo. Prefirió no defender hasta el final su honra, su inocencia, su decencia.

Prefirió ser para siempre un delincuente, quedar en el Registro de Pedófilos, no acercarse más a un niño. Prefirió tener que abandonar la Iglesia Católica, por renuncia o expulsión. Si todos hubiesen sido como él, la Iglesia Católia no tendría santos, esos que con una fe irreductible llegaron hasta el final. la fe no admite cálculo en cuestiones esenciales.

La caída de O’Reilly es también la caída de la éĺite chilena. Esa élite simple, poco amiga de los libros, que hace ostentación de una opulencia ofensiva. Karadima y O’Reilly fueron funcionales a eso. La retórica simple, sin ninguna sofisticación, a la ideología sin matices (O’Reilly era proclive de tildar de “comunista” a quien sostuviera alguna disidencia), el amor por los bienes materiales los hacía coincidir en forma espléndida con ese sector de nuestra sociedad.
A O’Reilly no se le pueden pedir muchas cosas, es verdad. Pero una sí: que tuviera la fe simple, la “fe del carretonero”.

En eta también falló. En este comentario, algunas ideas sobre la decepción que debe generar O’Reilly en quienes creen y la orfandad de la élite.

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Pese a todos los errores que tiene la sentencia que lo condenó, el cura John O’Reilly prefirió no recurrir de nulidad. Prefirió el cálculo. Prefirió no defender hasta el final su honra, su inocencia, su decencia.

Prefirió ser para siempre un delincuente, quedar en el Registro de Pedófilos, no acercarse más a un niño. Prefirió tener que abandonar la Iglesia Católica, por renuncia o expulsión. Si todos hubiesen sido como él, la Iglesia Católia no tendría santos, esos que con una fe irreductible llegaron hasta el final. la fe no admite cálculo en cuestiones esenciales.

La caída de O’Reilly es también la caída de la éĺite chilena. Esa élite simple, poco amiga de los libros, que hace ostentación de una opulencia ofensiva. Karadima y O’Reilly fueron funcionales a eso. La retórica simple, sin ninguna sofisticación, a la ideología sin matices (O’Reilly era proclive de tildar de “comunista” a quien sostuviera alguna disidencia), el amor por los bienes materiales los hacía coincidir en forma espléndida con ese sector de nuestra sociedad.
A O’Reilly no se le pueden pedir muchas cosas, es verdad. Pero una sí: que tuviera la fe simple, la “fe del carretonero”.

En eta también falló. En este comentario, algunas ideas sobre la decepción que debe generar O’Reilly en quienes creen y la orfandad de la élite.