Han concluido diversos episodios que fueron configurando una tensa situación en el bloque de la Nueva Mayoría, afectando su convocatoria hacia el país y dañando al propio Gobierno que tiene la responsabilidad de sostener.

Diversas gestiones y declaraciones públicas han alejado los nubarrones más oscuros. Se reafirmó que sin unidad no se pueden llevar adelante las reformas sociales y económicas comprometidas con la ciudadanía en la aún cercana campaña presidencial.

En el esfuerzo unitario hay que valorar la tarea de quienes se empeñaron en superar las dificultades. En tal sentido, la declaración del Consejo Nacional de la DC fue un aporte positivo.

Ahora bien, mi convicción es que superar esta controversia es importante, pero no suficiente. Hay que evitar que otro impasse o que varios de ellos se puedan repetir.

Para eso, resulta fundamental insistir en que la unidad no se debe concebir como una simple suma o un agregado, sin fisonomía de posiciones divergentes. Tampoco es un acto meramente protocolar, exclusivamente “de forma”. En lo personal, no me canso de insistir en que la unidad es esencial para el objetivo común, aquel anhelado propósito de reducir la desigualdad que se ha instalado en el país y cuya derrota es un requisito, para impedir una fractura social que dañe en sus propias bases de sustentación el proceso de reimplantación de la democracia en nuestro país.

Hoy las fuerzas que abogan por las reformas y respaldan en esa labor al Gobierno son mayoría. Si alguna de ellas llegara a faltar, dejarían de serlo, y su conversión en minoría tendría efectos políticos sumamente perniciosos, de un incalculable impacto en contra de las reformas y del mismo Gobierno que se quiere respaldar. Por eso, la tarea política tiene la complejidad que tiene.

De modo que no se trata de buscar culpables para descargar sobre ellos nuevas condenas o excesos verbales. El intento de encontrar blancos sobre los cuales volcar la furia será estéril.

Es mi convicción que se trata de asumir que en el bloque de Gobierno no sobra nadie, y que cada uno de ellos contribuye desde una dimensión esencial al propósito común.

En cuanto corrientes de pensamiento y vertientes culturales enraizadas en el país, cada fuerza de la Nueva Mayoría entrega un aporte irrepetible, que le es propio y que los demás actores no contienen. De allí que se deba reafirmar que la unidad no suma, sino que multiplica.

Esta dimensión política es la que no se debe perder de vista cuando se generen divergencias que remecen los pilares del entendimiento que dio vida al acuerdo de las fuerzas actualmente en el Gobierno.

La unidad no es un detalle más, viene a ser un recurso irreemplazable en la tarea de realizar las transformaciones que den respuesta a las demandas ciudadanas, y avancen hacia una sociedad que desde su diversidad sea más igualitaria. Es una visión a largo plazo, de gravitación decisiva para el bien de Chile.