Quienes fueron niños en los 90 suelen recordar con cariño esta época, que se caracterizó por haber sido una especie de transición a los hipertecnologizados años 2000.

Así lo grafica Clara Roberts, una bloguera argentina radicada en España, quien escribió una nostálgica columna en el sitio de viajes Matador Network, titulada “Diez cosas que los hijos de los noventa tenemos en común en cualquier parte del mundo”.

Allí, la estudiante de Literatura en la Universidad de Salamanca comentó algunas características de quienes vivieron su infancia en este periodo.

Somos híbridos de la tecnología

Manejamos con la misma facilidad el último iPhone que aquellos anticuados y hoy obsoletos walkmans. Y el hecho de que para escuchar la misma canción una y otra vez tuvieras que rebobinar el casete no nos espanta tanto como a esos jóvenes y tecno-dependientes hijos del 2000.

Todavía jugábamos afuera

Es verdad que posiblemente ya tuviéramos la playstation, que podía absorbernos durante horas, pero incluso así sabíamos bien cómo jugar en la calle hasta bien entrada la noche y aprovechar el día. Es otro de nuestros aspectos de híbridos entre el siglo XX y el XXI.

Nos sentimos conectados con los ochenta casi como si los hubiésemos vivido

Y es que en realidad, los niños de los ochenta tienen muchísimo en común con nosotros. Posiblemente más que los del 2000. No olvidemos que ciertas cosas muy icónicas de los 90 nacieron durante los 80, como Dragon Ball. Y que la música de la década anterior aún sonaba lo suficiente como para que la recordemos como nuestra. Además, los nacidos en los 80 vivieron su adolescencia y parte de su infancia durante los 90, lo que les permitió adoptar muchas, sino todas, las costumbres enumeradas en este artículo.

Somos incrédulos, pero soñadores

Somos más difíciles de impresionar que otras generaciones, pero también podemos ser mucho más fantasiosos e idealistas, tal vez gracias a esa atmósfera en su mayoría optimista de los noventa y a su ficción –televisiva y cinematográfica –, que nos llenó la cabeza de principios que aún hoy mantenemos, tales como sigue tus sueños, cree en ti mismo, nunca te rindas y esas cosas que las películas y los programas de acción y fantasía para niños de esa época no se cansaban de hacer sonar.

Nuestros juguetes eran rarísimos

Como todavía no acostumbrábamos usar tanto Internet y obviamente no teníamos celulares, durante nuestra primera infancia nos divertíamos con unos artefactos que ahora parecerían de lo más raros, tales como los tamagotchis, una mascotita virtual que venía en un huevito del tamaño de un llavero que podías llevar a todas partes y despertaba todo tu afecto. O el skip it, una bola de plástico con una cuerda que te atabas al pie y saltabas para hacer girar en un movimiento que requería más coordinación de la que teníamos. Y tantos otros como el Dream phone, los rarísimos Furbies, y unos que en Argentina especialmente teníamos todos: los tazos (en inglés, pogs), que nos reunían siempre en los recreos.

Consumerism.com

Consumerism.com

No hay un solo tipo de música que nos defina

Tanto durante nuestra infancia como durante nuestra adolescencia en los 2000/2010, fueron tantas y tan diferentes las corrientes musicales que invadieron nuestros oídos – ¡Y las que nos precedieron, que también nos encantan! –que es prácticamente imposible asignarnos una sola e imperante. Ya fuera música de nuestro país o internacional, rock, hip hop, rap, pop, openings o lo que sea, va a evocarnos algún recuerdo.

Crecimos viendo animé

Otro símbolo de los noventa es la proliferación de la animación japonesa que hizo a cada niño fanático de al menos uno de esos programas -ya fueran conocidísimos como Pokémon, Digimon, Sailor Moon y tantos otros o menos conocidos y más para gustos, como Shinzo o Inuyasha -. Es muy divertido hablar del tema con japoneses legítimos de nuestra edad y descubrir que llevábamos quince años pronunciando mal el nombre del protagonista o hasta el título de la serie.

Angel la niña de las flores

Angel la niña de las flores

Cantamos las mismas canciones

Los noventa fueron la época dorada de la animación y, además de ver los mismos dibujitos y las mismas pelis, ¡cantábamos todos las mismas las canciones! Pero cada uno en su respectivo idioma y doblaje. Como las siempre presentes canciones de las películas de Disney -o incluso de esas que no son de Disney, pero que las recordamos como si lo fueran, como Quest for Camelot o El camino hacia El dorado-.

Para nosotros, fanatismo no es sinónimo de rareza

Tanto nuestros padres de los 70, como nuestros tíos de los 80 y hasta nuestros hermanitos de la primera década del siglo XXI son capaces de considerar muy raro que un chico o chica de veinte años se disfrace de un personaje de una película de Disney para las fiestas de su facultad. Y más raro les parecerá, si llegan a pasar por esa fiesta, ver que prácticamente todo el mundo lleva esos mismos disfraces y que a nadie le extraña. Por el contrario: ¡a todos nos encanta seguir siendo nuestro personaje favorito!.

Todos nosotros, sin duda, estamos convencidos de que los noventa fueron la mejor época.

Hablamos de esa década como del momento más idílico y perfecto en la historia. Y sí, jamás será superada.