Admitámoslo: Starbucks no se trata sólo de café, es más un tema de estátus, de reconocimiento, de fotos de vasos en Instagram, o de poder reclamar vía Twitter que no sabe cómo empezar el día sin su caramel macchiato alto.

Dicho de otra forma, es un tema de arribismo.

Pero cuando ese panorama se traslada a provincias, naturalmente carentes de la atención que concentra Santiago, el efecto parece multiplicarse exponencialmente.

De qué otra forma puede explicarse que la mañana de este viernes, cuando la flamante sucursal de Starbucks en el centro de Concepción aún no abría sus puertas por primera vez, ya se observaba una extensa fila de personas que esperaban desde temprano su turno para poder adquirir uno de los mentados cafés (y desde luego, comentarlo en Facebook).

Probablemente sea el mismo efecto que observamos en otras marcas como Apple, donde el costo de un producto notablemente sobrepreciado incluye lo que ellos denominan “la experiencia”, aquel halo invisible que lo rodea y se convierte, en la práctica, en la tarjeta de membresía de un club prestigiado.

En conjunto, quizá sea la mejor demostración de algo más profundo que nos hace falta. Y eso un café no lo va a poder cambiar.

Cecilia Ananías | Página 7

Cecilia Ananías | Página 7