Suena el despertador, te intentas levantar pero el sueño es demasiado. Con los ojos cerrados buscas el reloj o el celular y luego frunces el ceño intentado abrir los ojos. Te toma cerca de 30 minutos levantar las sábana y por fin salir de la cama. Segundos después ya estás activo.

Lo descrito seguramente te ha pasado y -en teoría- debiera ocurrirle a la mayoría de las personas, quienes experimentan esa famosa somnolencia, proceso que por cierto no es el mismo en distintos seres vivos. El caballo sólo necesita 2 horas de sueño, mientras que un oso perezoso, 20. ¿A qué se debe esto?

Según Juan Antonio Madrid, catedrático en Fisiología en la Universidad de Murcia y responsable del Laboratorio de Cronobiología, todo esto responde a un famoso juego de palabras que más de alguna vez escuchaste: el reloj biológico.

Ciertos seres vivos cuentan con relojes biológicos “capaces de medir el tiempo y de activar y desactivar funciones del organismo, como el sueño”, detalla el diario español ABC, que agrega que en el caso de los humanos, éste conserva su propio ritmo, ajustándose al entorno, con sus ciclos de luz y oscuridad.

“El ritmo de sueño-vigilia está controlado por un reloj neural localizado en el hipotálamo cerebral, concretamente en los núcleos supraquiasmáticos (detrás de los ojos, en el cerebro). Se trata de dos núcleos constituidos por unos pocos miles de neuronas con capacidad de generar la mayoría de los ritmos biológicos del organismo”, explica Madrid.

La posición de este reloj neural no sería antojadizo, ya que justamente es la retina la que percibe la alternancia de luz y oscuridad, generando los ritmos sincronizadores.

Así, en los humanos se duerme en la oscuridad -se dice por ser seres más vulnerables de noche- mientras que los ratones, y otros animales nocturnos, lo hacen de día, desarrollándose los ritmos circadianos.

Lo que ocurre mientras dormimos

Mientras soñamos, nuestros músculos se relajan, cambia la frecuencia respiratoria y el cerebro experimenta cuatro fases distintas de ondas eléctricas, las que nos llevan a sueños profundos y otros, sueños superficiales. Es aquí donde ocurre una etapa de movimientos oculares rápidos (REM, en inglés), lo que nos genera un alza en la tensión arterial y erección del clítoris o pene.

Todo eso se acaba con el sonido del despertador, apareciendo esta somnolencia que hablábamos al comienzo. Esta situación es llamada como “la inercia del sueño”, donde se sufre un lapso de bajo rendimiento físico y mental. Su duración dependerá según el ciclo en que nos haya pillado el sonido.

Si lo hacemos durante el sueño REM, la inercia de sueño será breve y nos sentiremos despejados en poco tiempo. Sin embargo, si nos despertamos durante una fase profunda del sueño la sensación de cansancio y falta de reflejos será más intensa y duradera“, comenta Juan Antonio Madrid.

A lo anterior, revela que para dormir bien “la temperatura del cerebro debe bajar, y para despertar, subir”. De ahí que “por la mañana , hasta que la temperatura cerebral no alcanza un cierto valor, la inercia de sueño se mantendrá”.

Lo malo de no dormir bien

No lograr la sincronización biológica requerida, “favorece la aparición y agravamiento de numerosas patologías como diabetes, hipertensión, deterioro cognitivo, depresión, inmunodepresión, envejecimiento acelerado, etc”, cuenta el catedrático.

A ello se suma que privarnos de sueño unas tres o cuatro horas en una noche, puede generarnos grados de somnolencia que alteran el estado de ánimo y perder la capacidad de vigilancia.

Si se duerme menos horas durante noches seguidas, una persona puede incluso experimentar “microsueños” de dos o tres segundos, en la que los párpados se cierran, notándose una pérdida de sensibilidad a los estímulos, aun cuando estén sentados o pie.

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