“Eduquen a los niños y no será necesario castigar a los hombres”. Esa frase es de Pitágoras de Samos y pese a que data de hace 2.500 años, fue la que me motivó a educar. Soy educadora de párvulos y éste es mi primer año en el colegio Cerro La Cruz de Lebu. El establecimiento es pequeño, cuenta con una matrícula de 270 alumnos, y tengo a cargo a 21 de ellos.

Este colegio atiende a la población más vulnerable y la mayoría de los papás de mis alumnos son pescadores. Sus mamás encarnan, es decir, preparan el material para los pescadores.

Muy pocos de los apoderados cuentan con la enseñanza básica completa rendida. La madre de uno de los niños, a quien identificaré como Alfredo para no incomodarlo con mi testimonio, fue a dejarlo al colegio a las 08:00 horas. El 18 de diciembre mis alumnos se licenciarán, y con esta apoderada hablamos del avance de los muchachos, sus logros y, en particular, de su hijo.

Mientras le comentaba que Alfredo ha avanzado bastante y que ya lee varias vocales y consonantes, ella reveló algo que estremeció mi alma: “Tía, yo no sé leer. Con Alfredo estamos aprendiendo juntos, con lo que usted le ha enseñado“.

Me sorprendió. Le consulté si era verdad y me ratificó su relato. “Aún me cuesta porque confundo las letras, pero el Alfredo me ayuda. ‘Esa es la M, esa es la T’, me guía. El Alfredo me dice que no sabemos leer porque no leemos tan rápido como usted”, agregó. Ella rebate a su hijo, le señala que sí sabe leer, solo que lo hace más lento.

Sé que mis niños han tenido miles de logros, pero esto me marcó. Siempre vi a la mamá de Alfredo preocupada por él, por sus tareas, pero jamás imaginé que lo que yo enseñaba a este pequeño también le llegaba a ella. Es gratificante y a la vez te hace pensar. Es tan esencial e importante para una persona saber leer. La vida misma te lo exige: sin esta herramienta las puertas se te cierran, se quiera o no.

Así como ella, en el colegio deben existir más personas en esta condición. Una colega me contaba que un año atrás una mamá asistía a clases con su hijo y, de esta forma, aprendió a leer. Esto te deja ver la vulnerabilidad en la que se encuentran estas familias. Estamos en otros tiempos, y uno no piensa que estas situaciones aún suceden a nuestro alrededor.

Amo mi trabajo y a mi colegio, el lugar donde llegué. El ambiente es grato y hay un excelente equipo, los profesores están muy dedicados a cada alumno. Además, el colegio se hace cargo de estos, de sus uniformes y sus útiles.

Yo siempre quise trabajar en un lugar así, siento que estos niños son los que más nos necesitan. Mis niños requieren harto atención y carecen de muchas cosas. Sin embargo, lo que más necesitan, y lo que más debemos entregarles los profesionales de la educación, simplemente es amor.

Ingerworld Rivera
Educadora de párvulos

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