Han pasado cuatro años desde la realización del primer Lollapalooza Chile, un largo periodo en que los amantes de la música y -por qué no decirlo- de las modas, se han acostumbrado a esperar los anuncios que cada año nos trae la producción de este festival.

Experiencias similares ya se habían llevado a cabo, aunque lo más cercano fue la realización de Maquinaria en 2010, que vio la luz tras el trabajo en conjunto de las productoras nacionales Transistor y Lotus.

Fue precisamente ésta última, liderada por los ingenieros Sebastián de la Barra y Maximiliano del Río, la que se quedó con la franquicia de Lollapalooza Chile, que el 2 y 3 de abril de 2011 tuvo su primera edición en el Parque O’Higgins de Santiago, convirtiendo a ese lugar en la casa de esta ‘fiesta’ musical creada por Perry Farrell en la década de los 90′.

Desde aquellos calurosos días de abril, este evento comenzó a cambiar la forma de ver los mega conciertos en Chile y, para alegría de unos y molestia de otros, naturalizó el pago de considerables sumas de dinero para obtener una entrada y asegurar la presencia en el festival.

Fueron más de 100 mil personas las que repletaron los distintos escenarios durante esos dos primeros días, y con su pequeño aporte dieron paso a nuevas versiones de Lollapalooza Chile, que por cierto no fueron baratas, pues requirieron inversiones que rondaron entre los 8 y 15 millones de dólares, un considerable gasto para las productoras y sus auspiciadores.

Es aquí donde surge la pregunta: ¿Es coherente invertir tanto dinero un concierto? Pues no es necesario invertir sumas tan exorbitantes para escuchar algunas bandas, pero sí lo es en el caso de un festival como Lollapalooza, donde la música es parte de una costosa instancia en la que el comercio domina y en la que el principal protagonista es la marca Lollapalooza… Pagar parafernalia no es barato, ni para la producción ni para el consumidor.

¿Pero vale la pena desembolsar hasta 140 mil pesos por una entrada? Eso depende exclusivamente de cada persona y de lo que esté dispuesto a gastar, aunque claramente, con tickets que van entre los 61 mil y los 140 mil pesos, se genera una selección y corte de público, porque no todos pueden acceder a dichos gastos, en especial entre el mundo estudiantil universitario que, por excelencia, han sido grandes consumidores de música.

Claro, la empresa siempre puede “reservar el derecho de admisión”, y eso es precisamente lo que se hace con esta especie de filtro económico. Quizás no se busca un público fiel, no se busca llegar a todos los fans de las bandas que se presentarán, sino que se apunta ‘al mejor cliente’, a quien realmente puede pagar para estar en ese lugar y así costear la inversión realizada, obteniendo además ganancias satisfactorias, lo que es totalmente lógico y válido para una empresa.

Lollapalooza

Lollapalooza

Early Bird: Comprar a ciegas, comprar una marca

Pero con lo anterior quedan dudas sobre el verdadero espíritu de Lollapalooza, en especial si nos enfocamos en un fenómeno muy particular. La venta en verde o “Early Bird”, una primera instancia en que los “fans” compran sin saber qué bandas estarán presentes.

Bueno, quizás en este caso podríamos hablar de “fans” de Lollapalooza como marca, como moda y como instancia, pues -dejando de lado a los revendedores- quien busca acceder a una entrada a ciegas, podría tener ‘la vista’ fijada en marcar presencia en el evento, más que acudir a escuchar ciertas bandas, que para este periodo de venta, se mantienen en misterio.

Un fenómeno interesante, que podría ser material de análisis para los sociólogos, pero en este caso, no estamos haciendo una análisis, sólo damos una mirada a los hechos, a la configuración de Lollapalooza en los últimos años.

Un lento camino a la rentabilidad

Si observamos las cifras, en su primera edición el festival bordeó los 100 mil asistentes, lo que fue levemente superado en 2013 con una cifra cercana a los 114 mil.

Realmente no fue un gran cambio, hasta la tercera edición, en que por primera vez la productora aseguraba haber obtenido ganancias, gracias a las ventas que alcanzaron las 138 mil entradas, y que fueron ampliamente superadas en 2014 con 160 mil asistentes.

Los números ya están azules para Lotus, se convirtió en festival que no genera pérdidas, pero obviamente para lograr eso, los precios han ido aumentando, sin hacer mella alguna en la cantidad de asistentes que, aunque para algunos suene ilógico, sigue creciendo, sin importar cuan caro salga estar presente en este evento.

Una entrada en verde en 2011 costaba cerca de 36 mil pesos más cargo por servicio, y en 2012 ya había llegado a los 45 mil. Actualmente, la misma venta partirá desde los 61.500 pesos, una cifra no despreciable para una apuesta o una compra a ciegas.

Asimismo, el precio de preventa final pasó de los 76.000 pesos por dos días en 2011 a 140.000 pesos para la edición de 2015.

Pese a esto, y según publicaba en 2013 el diario La Tercera, la productora no ha visto mayor rentabilidad en el evento, lo que quizás se logre a largo plazo, siempre que sigan exentos de IVA por ser considerado un evento cultural, que además recibe pequeños aportes desde el CNCA y el ministerio de Medio Ambiente, específicamente para el plan de reciclaje.

Muchos pueden considerar un exceso el cobro por este tipo de festivales, pero siempre habrá un grupo en crecimiento, y no menor, que se está convirtiendo en el cliente de esta marca, y de otras que poco a poco se van apoderando del mercado. No es una discusión que tenga un fin, son sólo negocios.

Lollapalooza, más que un festival, es una marca, y si bien los precios siguen elevándose con los años, su cantidad de público también lo hace, quizás con un target un poco distinto en cada periodo, pero con un factor común, el culto a la instancia que entregan las productoras, en general, y a la presencia en este evento que sigue buscando rentabilidad, según las productoras.

Siempre habrá quien justifique el gasto en la posibilidad de ver a muchas bandas. “140 mil dividido por 60 bandas, de las cuales vi 10…”. Claro, aquella postura es totalmente correcta, pues al final, cada persona decide en qué gastar su dinero, y cada uno tiene la respuesta a la pregunta. ¿Es un exceso que estamos dispuestos a pagar?, o más bien, ¿es realmente un exceso?

Quizás un poco menos de parafernalia y poco más de música abaratarían costos… Pero no, eso es Lollapalooza.