Dos obras de Ludwig van Beethoven y una de Arnold Schoenberg, fueron muy aplaudidas en el undécimo concierto de la Temporada Internacional de la Orquesta Sinfónica de Chile, que contó por segunda vez, con la excelente conducción del talentoso director alemán Alexander Mickelthwate.

En especial hay que destacar, la interpretación en la parte central del concierto, de la Sinfonía N° 6, “Pastoral”, una de las obras más famosas del gran compositor germano.

El propio Mickelthwate, quien es director Musical de la Orquesta de Winnipeg, en Canadá, destacó la importancia de Beethoven como compositor, ya que “él no sólo fue un autor genial, sino que al mismo tiempo fue un filósofo que cambió el rumbo de la gente después de pensar en la música y componerla. Él construyó cada movimiento como un arquitecto, cambiando las ideas, mutándolas un poco, intensificándolas y creando cadenas del mismo motivo”.

En la “Pastoral” del fin de semana en el Teatro CEAC de la Universidad de Chile, destacó la Sinfónica en pleno, pero la voz cantante la llevó la familia de las cuerdas, con su concertino Héctor Viveros en primer plano. Asimismo, lucieron los solistas de maderas y bronces, hasta llegar a la percusión en que Gerardo Salazar brilló con luces propias durante toda la presentación.

El concierto se inició con la La Obertura de “El Rey Esteban”, otra obra, típicamente, “beethoveniana” , basada en un drama de August von Kotzebue, inspirado por la figura del Primer Benefactor de Hungría, y personaje importante de la historia de ese país.

A partir de esta obra literaria, el autor alemán compuso en 1811 una versión musical , muy original, que estrenó con gran éxito, aunque luego cayó en el olvido, salvo la Obertura que se programa en ocasiones y se caracteriza por su marcado sello húngaro, especialmente, en la brillantes czardas de la parte final.

Esta pieza se constituyó en el “aperitivo” de la jornada y la Sinfónica la ejecutó con brío y alegría, muy lejos del Beethoven sombrío de algunas de sus composiciones más famosas. La batuta de Mickelthwate, lució precisa y vivaz, con mucha preocupación por lograr un buen trabajo de sus dirigidos, obteniendo una grata respuesta.

Completó el programa la Sinfonía de Cámara N° 1 del autor austriaco Arnold Schoenberg, obra con la que el músico pretendía establecerse en Viena con un sello personal definido, pero que no fue -en definitiva-, comprendido ni reconocido por la política musical de la capital austríaca. Sin embargo, este trabajo sigue siendo un ejemplo brillante y hermoso, que a menudo retrata un estilo único.

La Sinfónica de Chile, una vez más dirigida por un maestro joven, pero de muchos méritos, comprobó su versatilidad y logró reflejar el pensamiento y la idea de Schoenberg, con una interpretación breve, lacónica, condensada y bien definida por una escritura para diez instrumentos de viento y cinco de cuerdas y en un movimiento continuo de cinco secciones.

De acuerdo a los críticos y analistas de la obra de Schoenberg, el estilo de esta Sinfonía de Cámara, con un lenguaje esencialmente local, es “directo hasta el punto de ser brusco y lleno de energía, más allá del punto de frenesí”, lo que, insistimos, fue dado a conocer a los espectadores en forma precisa, por parte de la Sinfónica.