Cada año, solamente Estados Unidos produce más de 3 millones de toneladas de e-waste, o basura electrónica. Se trata de miles de computadores, teléfonos, televisores, impresoras y otros dispositivos electrónicos que las leyes del consumo hacen obsoletos rápidamente.

Con estimaciones que cifran en 500% el aumento de estos desechos durante la próxima década, sobre todo en los países en desarrollo, cabe preguntarse… ¿dónde van a parar?

Aunque ya existen algunos programas de reciclaje en marcha, la mayor parte de ellos termina en vertederos, con el grave riesgo ambiental que conlleva debido a sus químicos y metales pesados. Por ello, se ha creado una verdadera industria ilícita de trasbordo a países pobres, quienes luego sufren las consecuencias.

Uno de ellos es Agbogbloshie, una pequeña localidad al sur de Ghana que ha recibido el infame título de ser el vertedero electrónico más grande el mundo, con cerca de 500 contenedores que llegan allí todos los meses. Los compartimentos están rotulados como “Ayuda para el Desarrollo” o “Productos de Segunda Mano”, pero que en realidad se trata de electrónicos desechados ilegalmente desde América, Europa, China e India, que van a parar a esta empobrecida localidad agrícola.

Por desgracia, la basura se ha convertido en una peligrosa fuente de trabajo para sus habitantes. Todos los días, niños y jóvenes de entre 7 y 25 años recorren los campos llenos de desechos, destrozándolos con piedras o quemándolos con el fin de extraer metales como en cobre para revenderlo.

Ganan apenas 2.50 dólares (poco más de 1000 pesos chilenos) al día, sufriendo quemaduras, problemas pulmonares, daño ocular o problemas a la espalda, sumado a náuseas crónicas, anorexia y dolores de cabeza debilitantes. Son los signos del evenenamiento por toxinas emanadas sobre todo del cadmio en los productos, que lleva a muchos de ellos a morir de cáncer cuando aún no cumplen los 30 años.

La cadena árabe Al Jazeera visitó Agbogbloshie y comprobó la crudeza de su situación, sorprendiéndose de que pese a los oscuros pronósticos -como la posibilidad de que la cantidad de basura se duplique de aquí a 2020- la mayor parte de la población no pierde su optimismo y la esperanza de que se trate de una situación temporal… de la que podrán salir de alguna manera.

Kevin McElvaney | Al Jazeera

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Adam Nasara de 25 años, usa el poliestireno de refrigeradores para encender fuego.

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“Lo que te da dinero es lo que te mata”, dice Idriss Zakarias de 20 años.

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Adjoa, de 9 años, le vende bolsas de agua a los chicos. Las usan para beber y apagar el fuego.

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El río Odaw, que separa Agbogbloshie de Galaway, donde la gente vive, comercia y trabaja.

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Las vacas aún visitan sus antiguos campos de pastoreo y se envenenan con la basura electrónica.

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Ibrahim Abdulai tiene 23 años y es un “jefe”. Nadie trabaja para él pero puede decidir quién tiene permitido o no quemar basura en un área determinada.

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Un grupo de monitores viejos son usados para construir puentes.

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Algunos chicos creen que una mezcla de líquidos pueden protegerlos de las emanaciones tóxicas. En esta botella hay una combinación de jarabe y fármacos.

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Los computadores que parecen estar en mejores condiciones son vendidos sin ni siquiera probarlos a compradores en la cercana ciudad de Accra.

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Pieter Adongo de 17 años, muestra una fotografía Polaroid donde posa junto a sus amigos Desmond Atanga, también de 17, y Sampson Kwabena, de 16 años.

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“Cuando puedo, voy a la escuela”, dice Rahman Dauda de 12 años. Comenzó a trabajar aquí hace 3 años y suele quemar basura junto a sus amigos.

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Agbogbloshie es un campo de juegos para Kwabena Labobe de 10 años. Sus padres no tienen los medios para enviarlo a la escuela, pero le prohibieron quemar basura.

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A John Mahama, de 21 años, le duelen los ojos. Sufre de insomnio y dolores de cabeza debilitantes, pero continúa trabajando.

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Las jóvenes de un mercado cercano le venden frutas a los chicos y a los comerciantes de chatarra.

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Algunos jóvenes, como Alhassan Adams de 19 años, dicen que prefieren no quemar basura y centrarse en recolectar metales. Suelen enfermar de malaria debido a la gran cantidad de mosquitos en el ambiente.