Vaya lío que ha causado el timerosal.

Durante las últimas semanas, nuestro país se ha visto envuelto en una verdadera guerra de facciones entre quienes buscan prohibir y quienes buscan mantener este compuesto en las vacunas. Una guerra donde los legos en temas de salud no tenemos fácil tomar posiciones.

Si han estado viviendo bajo una roca, este es el resumen en 30 segundos:

A fines de los 90, un médico británico publicó un estudio asegurando que la vacuna triple vírica -contra el sarampión, paperas y rubeola- provocaba autismo en los niños. Poco después se descubrió que la investigación era falsa, e incluso al médico se le prohibió seguir ejerciendo.

Pese a ello el caso sirvió para que algunas agrupaciones de padres de niños autistas apuntaran al timerosal, preservante usado desde 1930 en las vacunas, como el causante de este trastorno, debido a que está compuesto de mercurio, un elemento altamente tóxico… si se ingiere en cantidades importantes.

Y he aquí el meollo del asunto. Sus detractores dicen que el timerosal debe ser prohibido porque no se ha demostrado que sea inocuo; mientras sus partidarios alegan que no se ha demostrado que sea dañino, y que eliminarlo encarecerá el costo de las vacunas, afectando los muy necesarios planes de vacunación infantil.

Teorías de la confabulación hay para todos los gustos. Para algunos, son las farmacéuticas las que ocultan los riesgos del timerosal con el fin de vender más vacunas. Para otros… bueno, también son las farmacéuticas las que quieren eliminar el timerosal para ganar más por cada vacuna.

Los médicos tampoco parecen ponerse de acuerdo, porque mientras la Sociedad de Infectología y Pediatría de Chile pidió vetar la ley que despachó la cámara de Diputados prohibiendo el timerosal, el también pediatra, toxicólogo y presidente del Colegio Médico, doctor Enrique Paris, brindó su apoyo a la prohibición.

(Independiente de ello, la Organización Mundial de la Salud (OMS) asegura que no hay riesgo en el uso del timerosal y, por ende, no es conveniente retirarlo del mercado. Además, el gobierno anunció que vetará la ley… misma que antes respaldaron).

Uf.

Pero mientras galenos y políticos siguen debatiendo, existe un solo punto de consenso.

Por ningún motivo. Bajo ninguna circunstancia… deje de vacunar a sus hijos.

Bien lo sabe Ian Williams, un padre de Nueva Zelandia cuya reticencia a vacunar a sus hijos le pasó la cuenta a mediados de 2013, de la peor forma imaginable.

Williams no era un sujeto inculto del montón. Tanto él como su esposa estudiaron carreras científicas, y fue esa misma curiosidad la que los llevó a desconfiar de estos profilácticos.

“Si buscas sobre las vacunas en internet verás un montón de pros y contras. Sin embargo a medida que lees estas últimas, comienzas a creerlas. Parece una discusión sin ganadores”, afirmó en su momento a la cadena ABC de Australia.

El atribulado padre confesó que acabó dejándose influenciar por las historias de vacunas provocando autismo en los niños, que contienen mercurio y aluminio, o que son un invento de las farmacéuticas para obtener ganancias.

“Hay una gran cantidad de mitos sobre las vacunas dando vueltas por ahí y es realmente fácil dejarse convencer”, admitió.

Su choque con la realidad llegó en diciembre de 2012, cuando su hijo Alijah de 7 años se hizo un pequeño corte en el pie. Lo que parecía una herida sin mayores consecuencias comenzó a atacar ferozmente la salud del niño, hasta tenerlo luchando por su vida en pocos días.

Había contraído el tétanos, una infección que provoca dolorosas contracciones musculares y puede acarrear la muerte. Los niños suelen recibir una vacuna que los protege antes del primer año de vida, pero Alijah carecía de estas defensas.

“Es como sufrir calambres pero en todas partes, incluso en la cara. Las contracciones son tan fuertes que tu mandíbula se cierra. Los médicos acabaron por inducirlo al estado de coma para evitarle el sufrimiento”, narró Williams.

Foto difundida por la familia de Alijah

Foto difundida por la familia de Alijah

Los médicos debieron realizarle un agujero en la garganta al pequeño para poder insertarle un tubo respiratorio. Luego de 3 semanas, pudo salir de la unidad de cuidados intensivos. Entonces debió pasar 6 meses en rehabilitación, aprendiendo a comer y caminar nuevamente.

“Sólo cuando ves estas enfermedades te das cuenta de cuán terribles son. Los niños mueren por estas enfermedades. El error que cometimos fue menospreciar estos males y sobrevalorar las reacciones adversas a las vacunas”, concluyó el padre.

Y tiene razón. Las vacunas, como todo medicamento -de hecho, como toda sustancia que ingresa a nuestro organismo- tiene una posibilidad de causar daños, incluso fatales. Lo sé bien: hace 20 años mi hermano estuvo a punto de morir por una imprevisible reacción alérgica al Torecán, un medicamento común contra el mareo.

Sin embargo estos incidentes son tan increíblemente bajos, que abstenerse de recibir vacunas por temor a una reacción adversa tiene tanto sentido como dejar de usar el cinturón de seguridad en un auto, por miedo a ahogarte si te caes al mar.

Una última prueba es esta infografía de cómo las vacunas redujeron radicalmente las cifras de mortalidad infantil en los Estados Unidos.

Aquí se muestra que enfermedades como la difteria, el sarampión o la polio, que en conjunto cobraban casi 600.000 vidas al año fueron virtualmente eliminadas; mientras que la varicela, responsable de más de 4 millones de muertes de niños, redujo su morbilidad en un 89%.

Leon Farrant

Leon Farrant

Así que no se deje engañar. Puede que las vacunas sean una industria muy lucrativa -como también lo es la de los charlatanes que las rechazan- pero algo es incuestionable: su uso ha salvado más vidas que ningún otro invento en la historia de la humanidad.

Procuremos que siga siendo así.

Christian Leal
Periodista