Elecciones presidenciales y generales en Chile el próximo domingo 17. Es un tema recurrente en periódicos, revistas y televisiones europeas. Y regresan las mismas preguntas, interrogaciones de nunca acabar. La principal ¿realmente tenemos hoy los chilenos derecho a tener derechos?

Oficialmente, allá en los años noventa del siglo pasado, se terminó el terror. Por entonces, en versión oficial, quedó atrás la pesadilla del totalitarismo, la brutalidad de los años negros cuando gobernaba la derecha; cuando sus economistas fraudulentos maquillaban los datos de la rapiña nacional y cuando, con el respaldo de las armas, desde Arica a Magallanes, todo era un monstruoso reino oscuro de abuso e impunidad.

Un ayer de golpistas y avispados, soplones y timoratos, todos mezclados entre crímenes y torturas. Las Fuerzas Armadas, una vez más en la historia del país, sublevadas, masacrando y pisoteando sin asco. O para entendernos mejor, pisoteando a los pobres y a la clase media. Y en ese panorama se alzaba la tarea dura, consciente y legítima de los que, jugándose el pellejo, resistían heroicamente. Que nunca se rindieron al tirano ni a sus secuaces.

Entretanto, afuera del largo territorio, crecía un interminable exilio.

Es cierto, esa etapa quedó atrás. Pero también es verdad que hoy “el país punta” de Sudamérica, el de los ostentosos rascacielos, con supermercados lindos y restaurantes de lujo, tiene otra cara dura. Un rostro que pugna en la odiosa realidad cotidiana, que se hace interminable en barriadas y poblaciones callampas, en la suciedad de los peligrosos zanjones y en el afán amargo de miles de ciudadanos que, indefensos, acuden a sus empleos cotidianos y miserables para ganarse el pan, contando las chauchas.

Es el Chile post pinochetista, groseramente competitivo, clasista. Un país que hace saltar de gusto a los Vargas Llosa y Cía. Un país donde la política, como elemento central de cualesquier país avanzado y con una población participativa, se devaluó. Los partidos renovados o a medio renovar continúan en el día a día pero siguen generando desconfianza. La plutocracia ha hecho de las suyas. Se ha lucrado con la educación (jugando con el futuro, ni más ni menos) con la vivienda, con la salud, con las riquezas básicas como el litio, se ha reducido la calidad de vida, se ha deteriorado el medio ambiente. Todavía hay uniformados que siguen guapeando.

Dirigentes y empresarios utilizan paraísos fiscales (Bermudas, las Islas Vírgenes) para esconder su dinero. La Concertación, esa fulera gestión que, tras la dictadura, se instaló en el país, emergió tapada de promesas, con la esperanza de días mejores. Lamentablemente brilló la sucia componenda y la cobardía. La alegría no llegó. O la poca que llegó fue y ha sido solamente para un puñado de privilegiados.

La desigualdad social es elevada y los indicadores económicos que se ventilan con entusiasmo, no valen. Están lejos de la realidad. Es la mentira bien adobada en un país donde solamente un 10% vive a cuerpo de rey y otro 10% vive harto bien. Donde los Luksic, los Matte o los Paulmann aparecen en las listas de los millonarios de la revista Forbes y muchos despistados (nunca faltan) pregonan que en nuestra copia feliz del Edén se va por buen camino, que todo es cuestión de tiempo, que el progreso inundará a todos.

¿Cuántos chilenos viven (vivimos) hoy fuera del país? No hay una estadística fiable, solamente hay aproximaciones. Pero desde el golpe de Estado de 1973 hasta hoy sumamos miles de miles. No nos quedamos cortos si ahora hablamos de más de un millón. Y en ese cuadro somos demasiados los que seguiremos privados de uno de los derechos fundamentales de cualquier nación que se precie de tal. No. No podremos votar en los comicios más importantes, los del domingo.

La historia con errores, terrores, zarpazos, la corrupción y la venalidad es demasiado conocida. Está documentada, filmada, cuestionada. Pero es una historia que, principalmente, sigue viva en el exterior. Y en los hijos y nietos de chilenos nacidos fuera de la Patria.

Ese derecho universal a votar nos ha sido escamoteado. Y acá, en los distintos países europeos, sabemos que mientras no constituyamos de verdad una nueva sociedad basada en acuerdos amplios, con una nueva Constitución , no llegaremos lejos. O acaso no llegaremos a ninguna parte.

Crónicas de la actualidad europea cuyo autor, Oscar Vega, reside en Portugal. Periodista y escritor, se inició en 1956 en el vespertino Crónica de Concepción. Ha trabajado, entre otros medios, en los diarios La Discusión, Clarín, La Nación, Fortín Mapocho, La Epoca y en revistas como “Hechos Mundiales” y “Cauce” de Chile y “Límite Sur”, de Méjico. Igualmente, entre otras emisoras, Magallanes, Minería, Cooperativa (1960-1970) y radio Berlín Internacional (1980-1990) Su último libro, “Música para dos”, fue publicado el 2012 por editorial Lom.