“¡Dulce o travesura!, ¡Dulce o travesura!, ¡Dulce o travesura!”, gritan esas hordas de pequeños embadurnados con sangre falsa en tétricos disfraces que emulan personajes de terror. Me desespera el “merchandising” desatado con esos ridículos disfraces de una fiesta que ni siquiera tiene un origen local… Para variar es una tradición “exportada” desde países anglosajones, en ese hábito tan particular del chileno de imitar todo lo “gringo”.

El asunto a llegado a ser tan masivo, que compite casi de igual a igual con otras celebraciones como Navidad o el día del Niño, cuyos orígenes son mucho más sanos que el tan mentado “Halloween”. Y no es que la gente no sepa de qué se trata, sino más bien consideran que “no es para tanto”, y que “sólo es un juego”. Pues bien, eso mismo creen esos “comprensivos” padres que compran y compran juegos con niveles de violencia increíble, que “comen” la mayor parte del día a los pequeños.

La ecuación es simple ¿Cuántos niños ve andando en bicicleta por las calles? ¿Cuántas “pichangas” después del colegio se ven en las calles y plazas? Ninguna. ¿La razón? prefieren ejercitar sus dedos en el gamepad del Play Station bien abastecidos de comida chatarra, por supuesto.

Vengo de otra generación, está claro. Una generación que intercambiábamos láminas de futbolistas, coleccionábamos álbumes, chapitas y bolitas, jugábamos con tazos (esos de cartón), jugábamos a la pelota en la calle con provisorios arcos hechos con parte de nuestra ropa y/o piedras. Teníamos vidas, no de ésas que regala un popular juego de Facebook.

¿Cuál es el problema? se preguntará usted, querido lector. Simple, Halloween es la nueva costumbre de esos padres “modernos” que apela al consumismo desatado de nuestra sociedad (tal como el Día del Niño, Navidad, etc). Si bien el comprar es responsabilidad de cada uno, no es menos cierto que el chileno no es organizado en sus gastos y sus niveles de endeudamiento son francamente preocupantes… ¿valdrá la pena gastar en disfraces ridículos, celebrando sin querer una fiesta pagana?

Bueno, habrá quienes opinen que TODAS las celebraciones tienen un origen pagano, pero está claro que no todas tienen el mismo trasfondo que Halloween. Esta es una fiesta infantil donde los principales elementos presentes son muerte, oscuridad, terror, miedo, violencia, amedrentamiento y chantaje; estos dos últimos reflejados en el inocente “dulce o travesura”.

Por si no lo recuerda, su origen se remonta a la celebración de los celtas del Samhain, que era la fecha cuando los espíritus salían a deambular por la tierra, para lo cual se disfrazaban con cabezas y pieles de animales, mientras los “druidas” (sacerdotes) iban de casa en casa demandando todo tipo de comidas para su propio consumo y como ofrenda para el festival de la muerte.

Si alguno se negaba, lanzaban una maldición demoníaca sobre el hogar, y la historia cuenta que alguien de esa familia moría en transcurso del año. De esta práctica surgió el “Trick-or-treat” (truco o trato), que derivó en el “dulce o travesura”.

Además del Samhain, también se celebraba otra fiesta más íntima denominada el “sabbath” o fiesta de brujas. Esta celebración reunía a brujos para ofrecer sacrificios a Satán, “señor de la muerte”, con ritos, actos sexuales y muerte de animales.

En ese contexto, está de más aludir a que esta festividad no es originaria de nuestros antepasados. Pero sólo como ejemplo, señalaré que el We Tripantu o celebración del año nuevo mapuche pasa casi desapercibida por gran parte de la población, porque claro, es más “popular” salir a pedir dulces como el más anglosajón del mundo.

Alberto González, periodista de BioBioChile.