Una marea ininterrumpida de familias sirias abandonaban este sábado el país a través del puerto fronterizo libanés de Masna para huir de la violencia y la amenaza de ataques estadounidenses.

El éxodo no es masivo, ya que sólo aquellos que tienen medios de transporte y dinero se aventuran en la carretera hacia Líbano, con los maleteros de sus autos llenos a rebosar.

Abu Malek, de 31 años, empleado de una empresa de aluminio cerca de Damasco, metió a toda su familia en su berlina coreana nueva.

“Voy a alquilar una casa cerca de Anjar (en la meseta de la Bekaa libanesa) y vamos a esperar a que las cosas se calmen”, comentó, al salir con una caja de cartón llena de provisiones del local de una ONG catarí que acoge a refugiados sirios a 300 metros del puesto fronterizo. “La gente está aterrorizada, los que pueden se van. Pero muchos no pueden”, añadió.

La amenaza de ataques inminentes contra objetivos del ejército sirio en Damasco y sus alrededores, precedida por meses de violencia, acabó de convencer a los sirios con posibilidades de la necesidad de buscar refugio en el Líbano.

Aisha, una mujer de 60 años con velo negro y casi desdentada, no forma parte de ellos. Sentada con su nuera a la sombra, en el peldaño de cemento de un comercio, Aisha llegó el viernes para acompañar a su hijo que se fue a buscar trabajo a Turquía y ahora espera encontrar la manera de regresar a la capital siria.

“Sí, tengo miedo, todos tenemos miedo de los ataques estadounidenses, pero ¿qué podemos hacer? Estamos en las manos de Dios. Somos neutrales en esta guerra, no entendemos nada de lo que está ocurriendo. Perdimos nuestra casa, vivimos en casa de amigos en otro barrio”, cuenta suspirando.

Su nuera Majida, de 33 años y ojos verdes, también viste un velo negro. “Nos gustaría quedarnos aquí en el Líbano, donde hay tanta calma… Pero no tenemos dinero, y ningún sitio adonde ir. Hay que volver, aunque tengamos miedo por los cuarteles que hay cerca de donde vivimos”.

Desde hace casi un año, la ONG catarí Al Asmah, financiada con dinero de ricas familias del emirato, instaló un centro de acogida para refugiados sirios. Allí pueden aprovisionarse de cajas de alimentos y de objetos de primera necesidad, y basta con tener un documento de identidad sirio para que no les pongan impedimentos.

“En los últimos días, desde las amenazas estadounidenses, el número de familias que vemos pasar se duplicó “, explica el director de la operación, Omar Mohamad Koeis. “Ayudamos actualmente a entre 60 y 70 familias por día”.

Aunque algunos autobuses siguen cubriendo el trayecto hacia la gran ciudad libanesa cercana a Shtaura, los sirios suelen desplazarse en sus coches particulares. Todos aquellos con los que la Agencia France Presse habló el sábado por la mañana venían de Damasco o de su región.

En un aparcamiento, Amer Abed, un desempleado de 27 años procedente de los suburbios de Damasco, vacía el maletero sobrecargado de su viejo Mercedes en una pequeña camioneta. Del automóvil salen mujeres con mirada cansada que sostienen en brazos a niños de corta edad.

“Yo deseo los ataques estadounidenses”, lanza a los periodistas extranjeros. “Ustedes los periodistas y el mundo entero ven nuestro país en llamas y no hacen nada. El odio se ha apoderado de nuestros corazones. Deseo estos ataques porque si los estadounidenses nos atacan y nos matan de veras, los árabes quizá acaben uniéndose para defendernos”, explica.